Estoy
oyendo sobre ese tema desde que me salió la muela del juicio; y, según me
dijeron mis mayores, a ellos también les ocurrió tres cuartos de lo mismo. Así,
pues, la cosa viene desde los tiempos de antañazo. Me refiero al manoseado
asunto de que los incrementos salariales son un poderoso inconveniente para la
creación de empleo. Y, sin embargo, empíricamente,
los apóstoles de ese falso teorema jamás pudieron demostrarlo. Por lo que, así
las cosas, acabaron elevándolo a dogma que, como es sabido, no necesita demostración
alguna. Se requiere, eso sí, labia desvergonzada y capacidad financiera para subvencionar a un
grupo de analistas—farfolla. Que no
fracasaron del todo pues incluso su dogma acabó entrando en algunos chambaos postineros
de la izquierda.
Hace
meses, en puertas de la subida del salario mínimo, arreciaron las voces
llamando a somatén contra dicha medida, que los sindicatos y el gobierno de
Pedro Sánchez se disponían a ponerlo en marcha. El ubícuo mandamás del Banco de
España iba al frente de ese séptimo de
caballería. Por descontado, Casado y su Adoración Nocturna desfilaban «recias,
marciales» blandiendo el mantra.
Han
pasado los meses: ¿dónde está la catástrofe que anunciaban ciertos campanarios
de secano? Me conformo con unos pocos datos: se ha operado el mayor crecimiento
económico del país de los últimos veinte años: el 5% de incremento del PIB es
el más potente desde el año 2000; los datos de empleo están en el nivel más
alto desde 2018: el empleo ha crecido en 840.700. En pocas palabras todo un uppercut en la mandíbula de la caverna y
la taberna.
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