Las
sensaciones indican que el acuerdo en torno al cambio, modificación sensible o
derogación (como quiera llamársele) de la reforma laboral está en buena vía. La
CEOE ha decidido seguir en la mesa de negociación. Lo que vendría a suponer que
todos los actores están interesados en que la cosa acabe en las mejores
condiciones: los sindicatos recuperarían una parte considerable de sus
prerrogativas; los empresarios tendrían una cierta tranquilidad tras el acuerdo;
la ministra del ramo y el Gobierno cumplirían un compromiso mil veces repetido,
unas veces confusamente, otras expresis
verbis. Los pasos que se han dado hasta la presente llevan razonablemente al
acuerdo.
Así
las cosas, en estos últimos días está apareciendo una cierta urgencia –más bien
dicho, una inquietud— para que eso acabe pronto, pronto, pronto, antes de final
de año. Desde luego, si puede ser nos felicitaremos de ello. Pero sabios
antiguos aconsejaron a los mayordomos lo de «vísteme despacio que tengo prisa».
Mi padre Pepelópez afirmaba que quien lo dijo
fue Napoleón; sin embargo, don Benito Pérez Galdós lo
pone en boca del felón del séptimo Fernando. Vaya usted a saber…
Vísteme
despacio que tengo prisa, pues. Lo que indicaría quitarse la obsesión de acabar
la obra antes de final de año. Evítense los aturrullamientos de las prisas, que
la cosa –nos dicen los que están en el puchero— marcha y marcha bien. Téngase en cuenta que es un
acuerdo de largo recorrido y que, en cierta medida, tendrá validez durante unas
décadas. Despacico, despacico.
Los
de Casado, Vox y sus adláteres, que
van de mazo en calabazo, tras el acuerdo batirán el record del consumo de bicarbonato.
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