Cuando
hace pocos días afirmé que «el procés
había muerto» algunos amigos no compartieron dicha afirmación y otros, más
precavidos, señalaron que será necesario esperar las anunciadas movilizaciones
del 1 de Octubre. Sostengo, como Pereira, que el
procés –no el independentismo— ya no
está en este valle de lágrimas.
Que
pueda haber manifestaciones multitudinarias y ruidosas (no ha sido el caso de
las que se han producido este fin de semana en Cataluña) no quiere decir que el
procés siga vivo. El procés, un imaginario estrambóticamente
confuso, era una idea quimérica apoyada por una importantísima parte de la
sociedad catalana; hoy todo ello se ha ido deshilachando, en parte porque se ha
dado un cambio en el liderazgo de la Generalitat, el agotamiento del efecto Puigdemont y la pérdida de
capacidad de intimidación de los post post post convergentes y, sobre todo, de
la CUP.
¿Qué
hemos visto este fin de semana? «Varios miles» de personas manifestándose que
sin ánimo de ofender diremos que eran cuatro y el cabo. A pesar del efecto que
gratuitamente se pronosticó sobre las potentes manifestaciones contra la
detención del hombre de Waterloo en la isla de Cerdeña.
Se
acabó el carbón, sólo quedan las brasas.
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