La
oposición carpetovetónica está angustiada; la independentista está sumida en un
caos adobado de retórica de mercadillo. Así se las ponían al séptimo Fernando, quiero decir –pidiendo disculpas
por tan macabra comparación— así se las ponen a Pedro
Sánchez.
Ambas
oposiciones, en este terrible escenario internacional tras la caída de Kabul en
manos de los talibanes, en unos momentos en los que falta mucho para derrotar
la pandemia, ambas oposiciones –digo--
se dedican a los fuegos artificiales sin nada constructivo que llevarse
a la boca. Mientras tanto, Sánchez redimensiona las relaciones con los Estados
Unidos, arregla el desconchado con Marruecos y, de hecho, se convierte en el
líder de la evacuación de Afganistán. ¿Baraka
del primer dirigente socialista? Sería más apropiada esta hipótesis: Casado y su coro de serafines se ha afiliado
conscientemente al mal fario. De un lado, tiene el recurso aparente de la ´herencia
recibida´ --esto es, de los más sonados casos de corrupción--, de otra parte,
ha fracasado estruendosamente en la movilización contra los indultos. Iba a
arder Troya –decían en Génova— y finalmente ni siquiera ha sonado un mixto de crujío. Angustia a discreción
en los establos de Augiás: lo que hacen no
inquieta al gobierno, aunque engorda a la competencia de la derecha extremista.
Playas
de Cataluña abarrotadas de gente; botellones a diestro y siniestro; los trenes
de Cercanías atestadas de personal… Sin embargo, la preocupación del equipo
dirigente de Esquerra Republicana de Cataluña (Oriol Junqueras y Aragonès García) es «la
posibilidad de un nuevo referéndum si fracasan las negociaciones».
Pero
la retórica del fracaso tiene una forma de figura geométrica: la parábola
descendente. (Lo que no sabemos es cuántos kilómetros tiene esa parábola).
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