Ochenta
días sin gobierno en Cataluña: chicoleos tartamudos entre los partidos que
podrían formarlo, perplejidad de ese sector preocupado por las cosas de la
política y un desentendimiento total por parte del grosor de la población. Waterloo sigue levantándole
el gallo a los de Esquerra.
Puigdemont parece
decirle a Pere Aragonès
García aquello de «cuando seas padre comerás huevos». Por lo que
Aragonès ha dicho que «entierra la negociación». Puede ser.
Es
posible que ninguno de los dos sepa qué va a pasar. Este juego del escondite se
está complicando en demasía y no es de extrañar que lo que digan los hunos y
los hotros sea tan falso como la «falsa
monea, que de mano en mano va / y ninguno se la quea».
No
hace ni cuarenta y ocho horas que Jordi Sánchez, que ha acumulado en su cursus honorum una particular versatilidad política, declaró que
«el acuerdo está al alcance de la mano». Manos tijeras: «Tú y yo teníamos un
propósito
Nada de esto fue a propósito»
Una vez más la relación espacio – tiempo es muy defectuosa en el
independentismo. La independencia –dijeron-- era cosa de cinco minutos, a
continuación, en menos que canta un gallo, entraríamos en Europa …
Nada
de lo que digan unos y otros tiene credibilidad. Y todo parece indicar que
Waterloo intenta desestabilizar a ERC retrasando, retrasando, retrasando la
formación del sinedrio gubernamental. Quiere demostrar que habrá gobierno
cuando ella quiera; es decir, cuando se pongan de acuerdo las diversas
fracciones de los post post post convergentes.
Por
eso me parece de cajón que Salvador Illa debe
hacer un gesto. Entiendo que el PSC es excesivamente prudente, una calma –me parece-- que tiene el sello inconfundible de la
templanza de Miquel Iceta. Pero es necesario
darle un giro a esa calma y proponer algo
que sirva de revulsivo. De momento afirmo: «Averígüelo Vargas».
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