En
la huerta del Segura hay sombras chinescas de tamayazo; así lo define la gran
mayoría de comentaristas políticos de mar y montaña, y no hay por qué alejarse
demasiado de ese punto de vista. El tamayazo parecería congeniar mejor con la
navaja de Occam que otra opinión con más pretensiones.
La
hipótesis del tamayazo, que no descartamos, nos alerta en todo caso de la
caballuna torpeza con la que han trabajado los encofradores de la moción de
censura. ¿Cómo es posible que no cayeran en la cuenta de que al final el dinero
–que según Vespasiano no huele-- podría darle la vuelta a la tortilla? El
primer tamayazo no ha sido tenido en cuenta. Y más todavía: ¿cómo se entiende
que no cayeran en la cuenta que, tras las turbulencias del Mar Menor, se
pusieran en funcionamiento las navajas albaceteñas contra el sujeto más débil
de la moción de censura, esto es, Ciudadanos? Y, siguiendo con la manivela, ¿por qué pensaron los
firmantes del acuerdo que todo el conjunto de Ciudadanos, que desde las
elecciones catalanas recientes está en permanente tensión, aceptaría la moción
sin rechistar?
Lo
más probable es que se corra un tupido velo sobre estos interrogantes y, como
se acostumbra en las grandes ocasiones se saldrá por peteneras. Porque lo peor
no es que Arrimadas
haya actuado tan temerariamente sino que ha exhibido una preocupante inmadurez –casi
infantil-- política. Tampoco puede
escaparse el PSOE de
una actitud tan párvula como la demostrada en esta comedia tan rocambolesca.
En
pocas palabras, nadie duda de la legitimidad y --según amigos, conocidos y
saludados murcianos— de la necesidad de la moción de censura, así en la Región
como en el Ayuntamiento de Murcia. El problema -- ¿candor de pardillos?-- es que los autores no previeron que el
partido «nasío pa corromper»-- iba a
poner todo el talonario encima de la mesa.
Esta
sería la explicación del putiferio murciano y sus consecuencias. Esto es, el
fracasado intento de unos párvulos autodidactas en limpiar una bolsa de
inmundicia que ha sido barrida por el parné y los escapularios de la derecha apostólica.
Pero
hay otra consecuencia de mayor calado: el fracaso de quienes, desde dentro de
Ciudadanos, pretenden construir una derecha ilustrada con aproximada sintonía con
el nuevo paradigma de la reestructuración—innovación. Es la venganza de aquel
primer dirigente de Ciudadanos, de cuyo nombre no me sale de la cruz de los
pantalones acordarme.
Punto
final. Me da que una parte del fracaso de esta pipirrana debería ser atribuida
a su desarrollo en las sombras, en la nocturnidad de los chicoleos, en la
ausencia de la gente. En definitiva, que no se ha seguido el mandato
sacristanista (de don Venancio): «Lo primero es
antes». Próximamente hablaremos de «Madrid, castillo famoso».
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