Ayer,
en este mismo lugar de la ambulancia, meditaba acerca de la irreformabilidad
del grupo dirigente del Partido
Popular; dejaba en el aire si el partido, en tanto que tal, podría reformarse
o no. La crónica de Carmen del Riego (La
Vanguardia, 29.12.20) nos da algunas importantes pistas para despejar esa
incógnita (1).
Se
pretende que el partido tiene que estar graníticamente estructurado en torno a
la cabeza, el tronco y las extremidades de Pablo Casado. Debe pasarse, pues, la garlopa por los residuos del
sorayismo y otras verrugas adyacentes. La concreción de todo ello sería una
operación conducente al control prusiano de las estructuras provinciales,
reducidas sólo y solamente a terminales burocráticas con unos responsables--capataces
5.0, teleoperados desde la calle Génova. Esta es la primera derivada; la segunda
sería, a nuestro entender, el embridamiento de los candidatos a presidir las
comunidades autónomas. A los barones hay que cortarles las uñas.
El
alcázar de Casado ha observado que los taifatos autonómicos son también causa y
efecto del poder de las baronías políticas e institucionales. Hablando en
plata: esa situación sólo es apetecible a Casado cuando sirven de lucha contra Pedro Sánchez. Pero al presidente del PP no le
interesa que ´sus´ presidentes autonómicos sean un contrapoder contra Génova.
Los presidentes autonómicos y el conjunto de las estructuras territoriales han
de ser, en el mejor de los casos, los manijeros del señorito. Un señorito que exige una «religión, una
espada y una lengua».
En
el fondo, el alcázar de Casado es consciente de su debilidad intelectual y
política. El férreo control es, a todas luces, la inseguridad de quien sabe que
no tiene la autoridad política de Fraga ni Aznar.
Un control, además, que se ejerce a través de la desazón de quienes no quieren
ser reducidos al ostracismo o a la postergación de las listas electorales en
todos los ámbitos, aliñado con la servidumbre
voluntaria del afiliado—masa.
Sigo
meditando mientras cruzamos las tierras jurisdiccionales de Canet, patria chica
de aquel legendario trompetista Rudy
Ventura. (Una vez me tocó en su casa un fragmento de la Novena, que yo
aplaudí a rabiar).
En
el Partido Popular ha desaparecido aquella exigua fracción de los ilustrados.
Se auto eliminaron sin ni siquiera ponerse en jarras. Otros, como el
desaparecido Margallo,
se cansaron sin ofrecer resistencia. La batalla la ganaron los bronquistas, los
del barullo. El resto acabó «sólo,
fané y descangayado».
Así
las cosas, la conjetura sigue siendo esta: el Partido Popular es irreformable
mientras exista el alcázar de Casado. Toda una anomalía en las derechas
europeas. No conocemos ningún partido institucionalmente homologable al PP que
se haya puesto tan de culo contra el gobierno de su país. Por lo demás, es hora
de que conozcamos alguna propuesta de los de Aznar contra la pandemia. Ni
siquiera una jaculatoria. De manera que la sequía proyectual la disimulan con
una bronca de patio de colegio.
Hablaba
anoche con mi amigo HR*, residente en la Nueva
York de la Mancha, que me reconvenía por mi preocupación de las cosas internas
del PP. No estoy seguro de haberle contestado con las palabras adecuadas. Sobre
chispa más o menos, estas fueron mis palabras: «La calidad y consistencia de
una democracia guarda una relación estrecha con la calidad y consistencia de
los partidos políticos en liza. No sólo, ya lo sé. De ahí a que si la oposición
no es tal sino una zahúrda, la política se resiente. Querido H*, si el PP es irreformable
tenemos bronca por los años de los años que dure».
Conclusión
provisional: las grandes organizaciones tienen una tendencia a la
burocratización, mientras las pequeñas tienden a la grupusculización; en
cambio, el PP se encamina sin descanso a la bunkerización.
Paciencia.
(Me
quedan cinco viajes)
1)
Casado quiere un PP
a su medida al margen de los barones
Post
scriptum.--- Don Venancio Sacristán decía alguna
que otra vez con manifiesta intención: «Lo primero es antes».
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