Pablo Casado
está rodeado de adversidades por todas las partes menos por una que le acerca
al precipicio. Es la península Casado.
La circundan los accidentes político--geográficos siguientes: las salpicaduras
del caso Kitchen; el
caos de Isabelita Calamidad,
histrionisa de grado medio; el chapaleo de Cayetana, que sigue pinchando el muñeco—vudú; sus
disensiones internas, por ejemplo, con su organización en Castilla—León; la
tensión con Ciudadanos
en Madrid; y su incapacidad para impedir que Vox vaya engordando a su
costa. Y más todavía, la alferecía que, de un lado, le provoca ver que Pedro Sánchez no sólo sigue en pie sino que se le va
escapando en las encuestas y, de otro, la conversión de la CEOE al (sobrevenido) laicismo de los sucesivos pactos
sociales que, para mayor escarnio, están protagonizados por una ministra
comunista, hija de comunistas, prima de comunistas, tía de comunistas…
Pablo
Casado y sus lazarillos disparan con pólvora mojada. Algunos dirigentes del PP
empiezan a sospechar que no se trata de un error, sino de que Casado no está a
la altura. Es decir, la existencia de una desproporción entre la complejidad de
los problemas y la poquedad de Casado y su equipo: aquella célula de las Nuevas Generaciones subió demasiado rápido en el
escalafón.
En
suma, Casado casaseno va dando tumbos y, en pleno desconcierto, ahora la toma
con la presidenta del Congreso, Meritxell Batet,
acusada de «tolerar los insultos a
Felipe Sexto». Aspavientos de salón con la mostaza de ABC. Desconcierto
caballuno: expulsa a Cayetana como vocera parlamentaria–hace correr el
bulo-- para disfrazarse de centrista,
pero quien le sale al quite es el hombre de las Azores.
La
península Casado puede tener su derrota en el río Guadalete. «Si dicen quién de
los dos / la mayor culpa ha tenido / digan los hombres: la Cava, / y las
mujeres: Rodrigo».
Post
scriptum.--- Que Renata Tebaldi cantara Los Campanilleros era una broma que hice
correr cuando tenía quince años. Carles Navales se
lo dijo a la Niña, que puso unos ojos como platos.
Yo todavía no conocía la advertencia de don Venancio
Sacristán: «Lo primero es antes».
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