Con mayor o menor intensidad
y amplitud en Francia e Italia se está discutiendo sobre el desafío de la
reestructuración y relanzamiento de la economía de los países europeos tras la
Segunda guerra mundial. Es decir, el reto de cómo afrontar las dramáticas
consecuencias de la pandemia y, en concreto, cómo y dónde hacer trabajar los
multimillonarios fondos europeos. En España estamos en Belén con los pastores
que es lo mismo que decir ´en Babia´. Corremos el peligro, por lo tanto, de que
nos pille el toro.
Ni tan siquiera es el viejo
planteamiento del «vuelva usted mañana»; es el no caer –o no querer caer-- en la cuenta. Atrapados como estamos ante las
diversas crisis superpuestas nadie hace mención de que el tiempo pasa volando
para la presentación en Bruselas de los proyectos concretos que deben ser
financiados por los fondos mencionados. Es como si hubiera un miedo telúrico a
abrir el melón de la distribución de los fondos por parte de las autoridades
españolas. Al final podríamos encontrarnos en que, para salir del paso, hagamos
las cosas aturrulladamente.
Tampoco en los comederos
intelectuales hay quien haya levantado la voz sobre ese particular. Su reino no
es de este mundo. Ni, menos todavía, los patriotas de alquiler caen en la
cuenta de que el mayor acto de patriotismo es sacar al país del pantano post
coronavirus.
Y mientras tanto me interrogo
si el gobierno y todo el entramado administrativo –comunidades autónomas,
administraciones locales, universidades--
estarán en condiciones de gestionar lo que todavía no saben, ni sabemos,
qué cosa tendrán entre manos.
Estamos igual que hace unos
meses cuando, desde estas páginas, dimos la voz de alerta. Mejor dicho, estamos
peor porque ha pasado el tiempo y todo el mundo ha dicho llamarse Andana. De
ahí que me tema que la cosa pueda acabar de la forma más ´castiza´, esto es,
que en vez de distribución racional y provechosamente finalista de los
fondos haya un reparto bajo el piadoso
«pitas, pitas, gallinitas». Donde los sectores con más capacidad de ruido
intentarán llevarse el gato al agua. Y donde –no quiero ni pensarlo— algunos
intenten utilizar una parte de los fondos para hacer pizpirigañas políticas.
Sugiero que, también, en esta
ocasión se siga a pies juntillas el polen de la filosofía política de don Venancio Sacristán: «Lo primero es antes».
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