Nota preliminar.--- Javier Tébar y un servidor
ponemos a disposición de las redes sociales nuestro libro ´No tengáis miedo de
lo nuevo´, que publicamos en 2017. Desde aquel tiempo algunos árboles han
cambiado, pero el botánico permanece. Publicaremos el libro por capítulos que
aquí llamamos ´trancos´. Y, de entrada, editamos el prólogo que generosamente
hizo el profesor Antonio Baylos
Prólogo
Este es un libro que ofrece un reconocimiento a las
personas que han dedicado una buena parte de su vida a representar a las
trabajadoras y trabajadores en su lucha por conseguir o defender sus derechos y
cambiar sus vidas. Es un libro que honra a los sindicalistas y habla del
sindicato como un ser vivo, un sujeto activo que establece una relación
conflictiva con la realidad social, económica y política que pretende modificar
y alterar permanentemente. Un sujeto cuya actuación recuerda los trabajos de
Sísifo, pero que es también y al mismo tiempo Prometeo encadenado.
José Luis López Bulla quería, en compañía de Javier
Tébar, escribir este libro, le urgía presentar una reflexión directa, sin
circunloquios ni giros retóricos, sobre algunos puntos centrales para planear
nuevos itinerarios que necesariamente debe recorrer el sindicato y los
sindicalistas en el mundo global que se despliega ante nuestras vidas.
Coincide, así, con un esfuerzo colectivo por repensar el sindicato como
organización representativa de las personas que trabajan, pero que no se
integra en la organicidad de estas reflexiones: se sitúa al lado, abriendo un
espacio de debate que se concreta en un diálogo directo, casi una
interpelación, a sus lectores. Porque el libro tiene el propósito que se avanza
en el propio título: no tengáis miedo a lo nuevo.
A lo largo de sus páginas se abordan temas
fundamentales para el sindicalismo y para el conjunto de las relaciones de
trabajo, en una amalgama de perspectivas sociales, regulativas y orientadoras
que van desde la discusión sobre la pervivencia del taylorismo y la respuesta
que la estrategia del sindicato debería dar a este hecho, hasta la
representación y sus figuras, la unidad sindical como posibilidad y la
dimensión europea del sindicalismo como necesidad fallida, la negociación
colectiva y la huelga, con un tratamiento específico de la huelga en los
servicios esenciales, la participación democrática en el sindicato. Todos ellos
son temas apremiantes, de resolución incierta, pero que justo por ello suponen
elementos decisivos para la configuración de la forma sindicato y su capacidad
de actuación en el futuro inmediato.
López Bulla se inserta en el discurso de la modernidad
tardía que cobra conciencia de la complejidad social y dinámica de la realidad,
en donde esta se configura como un proceso de hechos socialmente construidos
que reflejan unas certezas aceptadas como tales en un momento histórico
determinado y que pueden ser reformuladas a partir de la acción de los agentes
colectivos que condicionan asimismo la referencia cultural que permite explicar
la realidad. Un punto de vista que se aleja tanto de la perspectiva posmoderna,
en donde la variedad de relatos o narrativas son igualmente válidos para
explicar la realidad, como de las tendencias reactivas frente a la inseguridad
e indecisión sobre la interpretación de la complejidad social que recurren a la
tradición y a la reiteración de las viejas certezas sin aceptar su caducidad ni
su deterioro. A estas alturas ya muchos estarán pensando cuál es el papel del
prologuista en este escrito de homenaje a los sindicalistas. Qué hace un
jurista del trabajo escribiendo el preámbulo de un libro de alguien que no
requiere presentación alguna y que es un veterano y verdadero dirigente
sindical, un permanente estudioso reflexivo de las tendencias presentes en la
realidad laboral y social y un activo y reconocido observador participante de
la actuación y de la estrategia del sindicalismo español y europeo que cuenta
con una amplísima experiencia política y con una capacidad de análisis profunda
y original. La respuesta es doble. Por un lado, como el propio López Bulla
señala, hay una relación muy directa entre los juristas del trabajo entendidos
en su dimensión real y el sindicalismo, o, dicho de otro modo, entre quienes
elaboran instrumentos conceptuales y teóricos sobre la regulación del trabajo a
partir de la consideración del derecho como un campo de lucha en donde se
confrontan tendencias e intereses encontrados, y el sujeto colectivo que
representa al trabajo en tanto elemento político y democrático determinante
para el conjunto de la sociedad, que se expresa en una serie de condiciones de
trabajo y de vida a partir de las cuales se construyen posiciones jurídicas
singulares reconocidas como derechos por el ordenamiento jurídico.
Es una relación con el intelectual colectivo que
conforma el sindicato y que implica una convergencia entre saberes y
experiencias que interactúan entre sí y potencian la acción sindical a la vez
que vigorizan el análisis teórico de la regulación jurídica. Además, o
justamente por ello, tras de lo que López Bulla define como el parón del ciclo
largo de conquistas sociales con el cambio de paradigma que lleva consigo la
imposición de las reformas estructurales de la regulación del trabajo, esa
confluencia de saberes y experiencias se ha hecho más amplia, y el interrogarse
sobre los nuevos instrumentos que requiere la situación actual, cuestionando
los que hasta el momento se entendían como seguros y ciertos, es una exigencia ineludible
tanto para los juristas del trabajo —«dignos de ese nombre», como los califica
el autor— como para los sindicalistas. Hay otra razón, igualmente poderosa,
para explicar este prólogo. Se trata de la amistad que une al autor y al
prologuista y que viene de lejos. Se remonta al menos a la década de los
noventa del siglo pasado, cuando José Luis López Bulla me invitó a una charla
en Barcelona para hablar de lo que había constituido el objeto de estudio de mi
tesis doctoral, la huelga en los servicios esenciales, y en donde pude
compartir paseo, charla y sobre todo una opípara cena en un restaurante
gallego cercano a la Via Laietana con algunos otros comensales, entre los que
recuerdo a Margarita Robles, que me pareció un tanto horrorizada ante los callos
con garbanzos y el aguardiente final que rubricó el condumio.
Mi admiración por el entonces secretario general de la
Comisión Obrera Nacional de Cataluña (CONC) siguió en aumento en los años
sucesivos, cuando, además, compartimos actividades con otros amigos que
ingresarían posteriormente en la magistratura, como Ascensió Solé o Miquel
Falguera, y que continuaría con reiterados coloquios, en un dueto en ocasiones
sorprendente para los asistentes a él, a invitación de Joan Coscubiela, el
nuevo secretario general de la CONC, que reunía la doble condición de jurista y
sindicalista. Seguí, asimismo, su incursión en el Parlamento catalán, del que
recuerdo las palabras precisas que le dedicó Vázquez Montalbán y que siguen
siendo una referencia ineludible para resumir la conveniencia de la opción
política escogida: «Cuando Iniciativa per Catalunya inscribió a José Luis López
Bulla en la lista de candidatos a las inmediatas elecciones en el número dos,
sin duda era la gran noticia de esa lista. José Luis López Bulla significaba no
ya la radicalidad histórica e historificada, sino la nueva radicalidad. Una
lista electoral es un código de señales y en ella el exsecretario general de
Comisiones Obreras de Cataluña emite la de una izquierda convicta y confesa,
que no tiene miedo a la palabra izquierda porque no es una izquierda de
mercadotecnia, pero que tampoco sacraliza un término que no merece la pirueta,
sino el bisturí, urgente, de la cirugía ética y estética». Esa inquietud por lo
nuevo constituye, por tanto, una de sus señas de identidad más marcadas y
reconocidas por quienes lo conocemos. También lo es la de fomentar el encuentro
y el diálogo sobre temas que considera de relevancia teórica y colectiva, a los
que convoca a discutir en forma de conversación o como cruce de cartas, en una
suerte de literatura epistolar.
He tenido oportunidad de participar en varias de estas
confluencias. Así, él y yo dimos a luz un trabajo en el que debatimos la acción
colectiva y los problemas de la representación institucional en los lugares de
trabajo, una «conversación particular» que se publicó en la Revista de Derecho
Social del 2003, pero asimismo construyó conforme a esta técnica un hermoso
libro sobre el texto de Romagnoli «El renacimiento de una palabra» a través de
las intervenciones de más de doce autores, publicadas en su blog, que luego
editaría la Fundación Sindical de Estudios en el 2006. Las reflexiones que ha
querido plurales sobre Trentin o sobre otros textos de autores amigos como
Riccardo Terzi pueden seguirse en su blog y resultan de una riqueza expositiva
notable. Después de su «retirada de la política activa», como señala la versión
catalana de la Vikipedia empleando una expresión que denota una cierta
incomprensión del propio término política, nuestra relación se fue centrando en
la colaboración escrita y la reflexión abierta sobre los temas que más nos
interesaban y recibí puntualmente, a partir del 2005, el boletín que nos
mandaba a unos cuantos «cofrades» y que tenía un nombre cautivador, «Peus de
Porc», el inmediato antecedente de su incursión en el mundo digital y la
inauguración de «Metiendo bulla», el cuaderno de bitácora más popular y
reconocido del mundo sindical, que se remonta al 2006 y que simultaneó con
algunos «almacenes» en los que conservaba textos más largos y con la
construcción de los lugares centrales de la ciudad de Parapanda. A ese recinto
también yo mismo fui admitido cuando allá a mitades del 2007 me regaló un blog
llamado «Según Antonio Baylos», en el que durante casi un año y medio el siempre
activo Tito Ferino ejerció, como se decía en el íncipit del blog, de amanuense
cualificado, es decir, era él quien recibía el texto de las entradas y las
publicaba con aparato gráfico incluido.
A partir de finales del 2009, sin embargo, asumí plenamente
la condición de titular del blog al hacerme cargo por completo de su ejecución
y desarrollo, relevando a Tito Ferino de esta tarea y poniendo en su lugar a un
joven Simón Muntaner como responsable de buscar textos y sugerir ideas, además
del material fotográfico, de esta bitácora. De aquellos orígenes perduran, sin
embargo, algunas convergencias, o, como ahora prefieren denominarse,
confluencias, especialmente en la cuenta de Google que alimenta el blog, entre
el titular de «Metiendo bulla» y el de «Según Antonio Baylos», lo que asimismo
se contagia al correo Gmail, con interesantes confusiones de nombres y de
fotografías entre uno y otro que generan equívocos divertidos y ruidosos entre
amigos y conocidos. Una hibridación que refleja sin duda la colusión positiva
de los espíritus que se produce en la ciudad libre de Parapanda, en la que
sendos blogs —junto con algunos otros afluentes, como «Desde mi cátedra», de
Joaquín Aparicio— comparten reflexiones y paseos metafísicos además de otros
alimentos terrenales. Hemos recorrido muchos lugares comunes y hemos
frecuentado autores y lecturas favoritas. Las traducciones que él hacía de
algunos textos importantes en el universo italiano que ambos recorremos —de
Trentin a Lettieri o Rossanda— las intercambiábamos en el blog, como las que yo
efectuaba, especialmente de Umberto Romagnoli. En este ya largo recorrido, el
blog cobró una nueva dimensión en lo que se viene a denominar «las redes»,
también mediante la indicación de López Bulla, que replicaba el contenido de
sus entradas en un espacio de encuentro muy frecuentado por propios y extraños,
Facebook, en el que yo también me hice una cuenta con nombre supuesto pero
fácilmente identificable, con la misma finalidad de extender allí lo producido
aquí, además de integrarme en este lugar de encuentro y de opiniones comentando
las de otros, recomendando documentos o artículos o, como normalmente sucede,
asintiendo con «me gusta» a las informaciones y valoraciones de otros
contertulios.
Lejos del torbellino de noticias virales en el que
estamos sumidos y que constituye un orwelliano ecosistema posinformativo, en no
pocas ocasiones suministrando una útil cortina de humo para los intereses de
los grupos mediáticos incrustados en los poderes económicos y financieros, la
incursión de la blogosfera de Parapanda en ese universo de las redes sociales
combate directamente el analfabetismo funcional de tantas y tantas
informaciones posperiodísticas y es un punto de referencia cotidiano para
tantas y tantas personas que leen la publicación que López Bulla coloca casi
diariamente en la ventana de su página y que replica inmediatamente en Faceland
como medio seguro de acceso. Un prólogo no es el lugar en el que se dialogue
con el libro prologado, sino una apertura a los problemas que este plantea y
abre a quienes lo leen. Y en este libro se proponen muchos, y de envergadura.
López Bulla parte de una afirmación neta: la de que el «ciclo largo» de
conquistas sociales que el sindicalismo impulsó se ha agotado con el estallido
de la crisis del 2008 y su resolución mediante las llamadas políticas de
austeridad. La resistencia sindical ha sido importante, pero no ha logrado sus
objetivos, no solo por el contexto de crisis ideológica y política que rodea
este inicio de siglo, sino por la incapacidad de repensarse como sujeto
colectivo dotado de una estrategia determinada por la adaptación a «lo nuevo»
de esta situación, al nuevo paradigma que la contiene. Ese es el eje de
intervención del libro: proponer, a través de la selección de una serie de
lugares valiosos e importantes, una forma diferente de enfocar el enunciado de
la problemática presente y la estrategia que se debería adoptar.
El método que el autor escoge busca voluntariamente el
debate y la discusión, se presenta de manera polémica, interpelando a quienes
lo leen a buscar otras soluciones, rebuscando en las experiencias aisladas,
pero valiosas, que se han ido produciendo en la acción sindical los elementos
que permitan una «reubicación» del sindicalismo en estos tiempos de la globalización
financiera y de remercantilización del trabajo. La apreciación de mayor calado
es, sin duda, la que apunta hacia la reconsideración del proceso tecnológico en
marcha y la incidencia en las formas organizativas que estructuran el trabajo
concreto. Tanto desde la noción de ecocentro de trabajo como desde la atención
específica a la centralidad, en el planteamiento de la estrategia del
sindicato, de la organización del trabajo, la propuesta de López Bulla me
parece que va más allá del «pacto social por la innovación tecnológica» que
plantea, o de la consigna muy expresiva de arrumbar el taylorismo siempre
inalterado en la forma del dominio unilateral del empresario sobre la
organización del trabajo. Recupera, poniéndolos al día, aspectos muy decisivos
en el debate de finales de los años sesenta y la década de los setenta del
siglo pasado sobre la organización concreta del trabajo, proyectada hacia una
nueva versión de democracia social que integre necesariamente los espacios de
libertad y de contractualidad sindicalmente dirigida que provienen de los
lugares de producción. La incidencia de ese cambio tecnológico junto con la
recomposición de las fórmulas de organización de la empresa produce
transformaciones también en la conformación subjetiva de las clases
subalternas, tanto en su posición respecto del trabajo concreto como en lo
relativo a la cultura del trabajo, que se confronta a la que era hegemónica
hasta los años ochenta del siglo pasado. Es, por tanto, un planteamiento que
vigoriza la centralidad del trabajo en la sociedad y en el pacto constitucional
fundante, pero que la alarga hacia la raíz de la forma concreta de estructurar
y desarrollar el trabajo y la forma en que este se presta, sobre las propias
condiciones de trabajo, que devienen asimismo condiciones de existencia social.
En este entrecruzamiento de líneas de acción, se
desprenden otras indicaciones implícitas, como la que deriva del uso del tiempo
y su apropiación como tiempos colectivos y no tiempos alienados o
indisponibles, y previsiblemente revalorice elementos hasta ahora marginales
—por especializados— en la acción sindical, como todo el ámbito de la salud
laboral, desvinculado de la perspectiva concreta de la prevención de riesgos.
Además de ese eje de lectura extremadamente sugestivo, que requerirá sin duda
el desarrollo de un proyecto que reconstruya la unidad de la formación, el
conocimiento y los saberes, a la vez que revaloriza la acción sindical en un
tiempo en el que el capital cognitivo es determinante, el libro plantea un
amplio panorama de temas que revisan prácticas y rutinas sindicales de una
parte, o que en otras requiere un esfuerzo de radicalidad y de cambio. Uno de
ellos es el que reflexiona sobre la forma sindicato y la representación, en
donde el autor sostiene sus ya conocidas tesis sobre el envejecimiento de la
representación electiva o unitaria en los centros de trabajo y la necesidad de
su transformación. Hace casi quince años ese fue el objeto de la
«conversación particular» que mantuvimos en las páginas de la Revista de
Derecho Social, en un debate que todavía hoy me parece que tiene una cierta
vigencia. Como se conocen nuestras respectivas posiciones alrededor de este
tema, lo que creo que se debe destacar (o rescatar, en mi perspectiva) de él es
fundamentalmente la necesaria relación que tiene que establecerse entre la
estructura de la representación (sindical o unitaria) y la plataforma
reivindicativa.
Esta conexión me parece otro punto nodal del análisis
que efectúa López Bulla, porque se relaciona con la exclusión o el apartamiento
de identidades laborales cualificadas por el género, la edad o la pertenencia
étnica, que, sin embargo, aparecen situados en el espacio de la precariedad o
en el no lugar de los centros de trabajo privados de un engarce con la acción
colectiva que son cada vez más un dato organizativo definitorio de las nuevas
relaciones laborales, y que se debería abordar desde el prisma de las
diversidades que se dan en el trabajo concreto y se expresa en formas
organizativas de empresa que rompen el diseño de la representación colectiva
(sindical y unitaria). A su vez, entiendo que el debate sobre las formas de
representación en la empresa tiene que ver directamente con la problemática de
la unidad sindical. La apuesta razonada del autor es la de superar la unidad de
acción y avanzar hacia la unidad orgánica como «razón pragmática» del
movimiento sindical —que en su propuesta no se detiene en la unidad entre UGT y
CCOO, sino que se amplía a USO como sujeto concernido, al formar parte estas
tres organizaciones confederales de las estructuras sindicales del sindicalismo
europeo y mundial— porque la viabilidad de lo unitario se conjuga en el tiempo
del futuro de un proceso de unificación que, ciertamente, tiene «interferencias
inamistosas», pero cuya probabilidad permitiría emerger un nuevo sujeto
colectivo construido formal y materialmente sobre una noción unitaria de
representación del trabajo asalariado y asimilado a este. En ese contexto
inédito, la reformulación del mecanismo de representación en todos los niveles,
y en particular en los centros de trabajo, sería obligado.
La representación colectiva exige la acción que
canaliza la tutela de los representados. Ahí se sitúa el dilema clásico en la
conceptuación de CCOO sobre configurar un sindicato «de» o «para» los
trabajadores. La consideración de la forma sindicato como un sujeto ajeno, que
cumple funciones parapúblicas de tutela, rompe el ligamen central de la
representación entre el agente colectivo y el conjunto de las clases
subalternas. Por tanto, la reflexión sobre la participación y la implicación de
los trabajadores tanto en su consideración colectiva, pertenecientes a un
espacio determinado por el trabajo concreto, como individualmente, en tanto
sujetos que prestan su trabajo a cambio de un salario, es otro elemento
directivo de la propia estrategia sindical. Participación e implicación en la
toma de decisiones que tienen que adaptarse a la incidencia del cambio
tecnológico y a las condiciones de trabajo marcadas por las formas de
organización de empresa y al dominio sobre la organización del trabajo por
parte del empleador, pero que a su vez deben promoverse como condición necesaria
de una acción sindical que quiera experimentar su eficacia en el nivel concreto
funcional o territorial donde ejercite su poder de contratación o su capacidad
de acción colectiva. López Bulla insiste con razón en esa relación virtuosa
entre participación y acción, de manera que, como enseña la historia concreta
de las grandes conquistas obreras, la forma en la que se construye la voluntad
colectiva de actuar, la implicación de otros sectores que confluyen y apoyan
las acciones en marcha y la extensión del consenso entre una amplia mayoría de
trabajadores es tan decisiva para la victoria como la corrección y oportunidad
de la reivindicación esgrimida. Y este proceso de participación democrática
—que se debe calificar como un derecho— es el método apropiado para calibrar el
alcance de los objetivos y la propia determinación de estos.
Esto no solo supone, obviamente, un diseño democrático
«externo» al sindicato, es decir, un requisito que solo funciona fuera del lazo
asociativo entre la organización sindical y sus afiliados. La implicación y la
participación democrática forma parte esencial de la democracia interna
sindical, y no se agota —como tampoco sucede «fuera», en el espacio público— en
los procesos electorales de formación de los órganos de dirección en los
respectivos niveles. Difundir la información como condición para la toma de
decisiones, fomentar la consulta a todos los afiliados y trabajadores sobre las
líneas centrales de una política reivindicativa determinada, convocar a los
afiliados y afiliadas al sindicato a formar parte de las grandes opciones que
van a definir las líneas maestras de la acción del sindicato son elementos
reconstituyentes del sindicato como forma representativa, que, además, permiten
conocer y experimentar de forma más aproximada —no «desubicada»— las nuevas
condiciones en las que nos ha colocado la situación de recomposición del poder
económico y social dirigido por una globalización financiera que degrada los
derechos laborales y sociales, devalúa el salario y precariza la existencia
laboral y vital de las personas. El cierre de la acción sindical lo constituyen
las medidas de acción colectiva, por lo tanto, el conflicto sigue siendo un
elemento decisivo en el diseño sindical como condición de eficacia de su
proyecto regulativo.
No es cierto que bajo la gobernanza económica las
huelgas hayan remitido, al contrario, la resistencia sindical en España se ha
expresado con fuerza a través de las huelgas tanto generales como muy
especialmente de empresa, mucho menos de sector. El problema es que su eficacia
se ha reducido notablemente. Es decir, que la huelga como «forma de
intimidación democrática» ha perdido una buena parte de su función. Y urge
recuperarla. Ello implica reflexionar acerca del espacio del trabajo concreto
sobre el que se despliega el conflicto, la experimentación de formas nuevas de
presión utilizando las tecnologías de información y comunicación que maneja la
empresa, extendiendo la participación a otros sectores que integren el propio
conflicto y protagonicen elementos importantes de este no solo desde una
solidaridad activa. López Bulla propone una línea de análisis sustentada en la
necesidad de sacar la huelga del espacio privado, definido por el círculo
organizativo de la empresa, al espacio público, en el que discurren las
posiciones políticas e ideológicas de los ciudadanos, de manera que el
conflicto pueda apropiarse físicamente de la calle, de la ciudad, pero
fundamentalmente del espacio inmaterial de la opinión pública, no solo ganando
visibilidad en este, sino suministrando los argumentos y los motivos que avalan
su corrección. No se trata de una pretensión desaforada, puesto que cuenta con
experiencias concretas que se han practicado por el movimiento sindical,
trasladando el conflicto a su contemplación directa por la ciudad y sus
habitantes, ocupando de manera permanente un espacio urbano y asentando el
conflicto en él como paisaje temporal, o garantizando la presencia constante en
las actividades culturales o políticas que tienen lugar en el municipio. El
conflicto tiende a ser reprimido y ordenado desde fuera por la norma y los
jueces, cuando no por la policía, y en consecuencia esta dimensión invasiva y
punitiva del derecho de huelga se confronta con su configuración constitucional
como derecho fundamental ordenado funcionalmente al logro de la igualdad
sustancial al que también resultan comprometidos los poderes públicos. Pero la
huelga supone materialmente el rechazo colectivo y concertado del trabajo
prestado en régimen de subordinación, implica, por tanto, un acto de
emancipación en el que se niega la autoridad en la empresa, que se sustituye
por la voluntad colectiva de quienes trabajan en torno a un cambio en las
condiciones de trabajo, en la situación de empleo o en la propia conformación
de su existencia social como clase. Por eso la autotutela colectiva del
conflicto, entendida como la capacidad autónoma de dirigirlo y gobernarlo, es
un poder sindical fundamental. No sucede, sin embargo, así en una buena parte
de los supuestos, y en concreto en el ámbito de los llamados servicios
esenciales de la comunidad, que es el espacio de intervención más acusado del
autoritarismo represivo del poder público en nuestro país.
En el libro se resalta la necesidad de revisar la
actitud del sindicalismo español al respecto, tanto en la determinación de
cuáles pueden ser servicios esenciales ante una huelga en concreto, como
respecto de la ominosa presencia de los llamados servicios mínimos copiosos que
impiden la eficacia de la huelga y que esta cumpla su función intimidatoria.
Así, el alcance de los límites del ejercicio del derecho de huelga debe ser
fijado esencialmente por la autodisciplina del propio sindicato como ejercicio
de su propia autonomía colectiva, que es capaz de expresarse respetando los
derechos del resto de los trabajadores afectados por el conflicto. Los
sindicalistas son «experimentadores sociales» y ese experimento no solo se
efectúa en la esfera de la organización de la representación y en la ordenación
del poder contractual e intimidatorio de esta, sino que se proyecta sobre «todo
el quehacer del sujeto social en la relación entre ciencia, técnica y
organización del trabajo». La radical transformación de trabajo obliga a un
repensamiento global de la relación del sujeto colectivo con estos cambios.
El libro de José Luis López Bulla se adentra en este
territorio suministrando elementos muy valiosos para continuar una reflexión
que hoy más que nunca es imprescindible. Su lectura es ineludible para todas
aquellas personas que quieran pensar sobre el sentido de la acción colectiva
organizada en las relaciones laborales y en la construcción de la ciudadanía
social. Lo que significa analizar con capacidad crítica las coordenadas
políticas, económicas y sociales en las que nos sitúa la ideología neoliberal
hegemónica y el sistema neoautoritario que está propiciando a través de la
llamada «nueva» gobernanza económica europea. Nada más y nada menos. Todo un
reto y una actitud inconformista decididamente resuelta a impugnar un mundo
injusto y desigual que puede ser cambiado por la acción colectiva de la «gente
común», ante todo por la acción colectiva de las personas que trabajan y
obtienen de su trabajo los medios de vida y de existencia social. Un esfuerzo
que merece la pena compartir y activar.
Madrid, 30 de diciembre del 2016 Antonio Baylos,
Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM)
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