1.---
La ideología de los grandes empresarios está, por lo general, en su billetera.
Todo lo que se aleja de ese lugar va perdiendo solidez y se convierte en
gaseosa, ya sea casera o multinacional. Es algo que explicaron en la Facultad
de Derecho en una clase a la que hizo novillos el joven Casado casaseno. Por eso este caballero
está en horas bajas. La apertura de la convención empresarial en Madrid ha
provocado un enorme estupor en el primer dirigente del Partido Popular. Y los
nuevos movimientos de sus barones le traen de cabeza: el reparto de los fondos
–aunque todos ellos dicen que es «insuficiente» el caso es que representa un
pastizal-- es lo suficiente llamativo
para que dichos barones se permitan, aunque sea a tiempo parcial, una cierta
heterodoxia rebajando la tensión contra Pedro Sánchez.
Por si fuera poco Ciudadanos
se desengancha del yugo y las flechas, por el camino de Swann, en busca del
tiempo perdido.
Tres
cuartos de lo mismo le sucede con la Unión Europea. Ha recibido no sé cuántos
correos donde, más o menos, le dicen que lo último que esperan es que se mueva
una hoja en el Sur de Europa. No las está pasando bien el Enviado del hombre de
Marbella en la Tierra. De momento, Casado parece estar «solo, fané y
descangayado».
2.--- A las veinticuatro horas de la apertura de la
Convención empresarial Casado ofrece a Sánchez dos pactos: uno en Sanidad, otro
para la cosa económica. ¿Iba de boquilla la irascibilidad de Casado hasta el
momento de la propuesta de negociación? Ni hablar del peluquín. Iba en serio.
El caso es que todavía nadie de la gran patronal le había llamado al orden.
Alguien, según intuimos, le ha recordado aquel fragmento de los Discursos de
Maquiavelo sobre las décadas de Tito Livio. Efetivamente, el famoso secretario
florentino dejó dicho sobre los franceses lo que sigue: «Cuando se les pide un
servicio, antes de pensar si pueden hacerlo discurren en el provecho que pueden
sacar de él». Pues bien, Casado les pide a los grandes empresarios «un
servicio». Pero ellos, como los franceses de Maquiavelo, le dijeron que, así
las cosas, no sacaban «provecho». Que con ese ambiente de bronca –que en el
estilo de Casado es barraquera infantil--
ellos, los grandes empresarios, no estaban por la labor. Con lo que
sacamos esta conclusión: tampoco cuando en la Facultad se explicó la obra de
Maquiavelo asistió el joven Casado.
Los
empresarios saben que en un clima de exasperación la economía no va bien. Con
lo que la billetera pierde grosor. Y los más lúcidos de esa congregación
entienden que sólo en el «orden» pueden sacar beneficios sostenibles. El
Partido Popular, bajo la dirección de Casado, es un factor de desorden. Y por
lo que han entendido tales empresarios a medida que la bronca de los
apostólicos se ha incrementado el apoyo a Pedro Sánchez se ha consolidado. Algo
que en los parvularios carpetovetónicos y de Waterloo no se entiende.
3.--- Naturalmente los grandes empresarios deben
cubrirse las espaldas de cara a sus parroquianos, de ahí que la convención
acabará con unas conclusiones bífidas: por un lado, una llamada a la
tranquilidad y al pacto; por el otro lado, la exigencia de ayudas financieras
y, sobre todo, la derogación de la reforma laboral. En todo caso presentarán una plataforma calculadamente extremista como elemento de presión para las negociaciones. Y es que todavía está muy presente, como estúpida táctica negociadora, elevar el contenido de lo negociable: una seña de identidad compartida que, demostrado está, molesta la marcha de las negociaciones.
Ahora bien, a la gran empresa le importa un pimiento la reforma laboral.
Cierto, preferirían que se mantuviese en sus actuales términos. Pero es algo
que no les inquieta. Les inquieta mucho más el redactado del nuevo Estatuto de los trabajadores. Lo que ocurre es que han
sacralizado de tal manera la reforma laboral que sería una conmoción que no
diesen la batalla contra su derogación. Es lo que pasa cuando se confunden las
cosas de la Tierra con las del Cielo. Más o menos como cuando el sindicalismo
sacralizó las 35 horas olvidando la batalla real de la reorganización humanista
de los tiempos de trabajo.
Conclusión:
cuando los llamados agentes sociales dejen de sacralizar algunas cosas es
posible que sus parábolas reanuden su línea ascendente.
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