sábado, 11 de abril de 2020

¿Poteccionismo versus globalización?




Nota editorial.--  Ha aparecido una nueva revista digital. Tiene el chocante nombre de El desierto de los tártaros y sus escribidores ocultan con humildad franciscana sus nombres reales, acogiéndose al derecho al anonimato del seudónimo. De una parte por afinidades y de otra por caridad cristiana y, finalmente, por echar una mano a los jóvenes autores que quieren abrirse paso, les echamos una mano, publicando hoy el artículo de uno de sus colaboradores.  Sábado de Gloria: «Flectamus genua».

¿Desglobalización?

Por Ignacio de Mágina

En perspectiva histórica, como es conocido, el capitalismo atravesado varias etapas, desde la comercial, la industrial a la financiera y tecnológica identificada con el actual capitalismo globalizado. Desde tiempo atrás se viene hablando de una lenta desglobalización, se dice que es posible que tendencialmente vayamos ya estemos en ese proceso. La extensión de los discursos antiglobalistas surgidos de ese útero llamado trumpismo parecería confirmarlo. De manera que si la globalización ha tenido etapas diferenciadas en la historia pasada, siendo sin duda la última y la más reciente la de su mayor aceleración, estaríamos en una primera etapa de esa desglobalización que presumiblemente podría tener efectos más que notables en la dinámica geopolítica.  
El problema, que viene de antiguo, tiene que ver con la aceptación acrítica de una noción de “globalización” fruto del propio neoliberalismo, para el que la globalización es económica, en una línea de “progreso” sin fin, entrópico, con su pretensión y apuesta fuerte por persuadir de una separación “natural” entre “economía” y “política”, “economía” y “sociedad”. Sin embargo, la interconexión que caracteriza al fenómeno globalizador está presente en cada una de estas dimensiones, ninguna de ellas constituye un motor central que lanza estímulos hacia terminaciones políticas y sociales, la relación entre cada una de ellas es conflictiva.  
Al hablar de tendencia desglobalizadora, si no lo he entendido mal, se piensa básicamente en el refortalecimiento de los Estados y en las confrontaciones comerciales que se habían ido intensificando, de manera oscilante, durante el período pre-pandémico. En particular entre la administración norteamericana actual y el gobierno chino liderado por Xi Jinping. Sin voluntad de simplificar, sería algo así como una vuelta un proteccionismo económico con que desandar lo andado por el proceso globalizador. Pero ¿es posible esa progresiva desglobalización? Albergo algunas dudas sobre este asunto. Aunque debo confesar que las reflexiones que os envío en mi carta no responden más que a contraintuiciones. El asunto, me parece, es lo suficientemente peliagudo para un simple carteo. Pero ya que me lo pedís, os envío algunas reflexiones.   
Tampoco parece posible que las grandes corporaciones que son marca de
nuestro tiempo se replieguen y abandonen los confines conquistados. ¿Puede hoy EEUU prescindir del suministro de antibióticos procedentes de China? Pues, por mucho que Trump soltara, en su momento, alguna de sus estupideces sobre asuntos económicos no parece que sea posible. Sus consejeros se han convertido en un relativo dique de contención a sus ocurrencias y extravagancias. A veces incluso haciendo de prestidigitadores que resuelven la situación haciendo desaparecer memorándums presidenciales de la mesa del Despacho Oval, en la Ala Oeste de la Casa Blanca, antes de que su inquilino estampe su firma en ellos, tal como relata con maestría el veterano periodista Bob Woodward en su libro “Miedo: Trump en la Casa Blanca” (2018).

No cabría olvidar, por otro lado, que en las fases históricas anteriores el papel del Estado fue central -su consolidación primero y su despliegue después, mediando guerras, dos de ellas mundiales entrado ya el siglo XX- para el propia proceso de extensión del comercio y de la economía en el marco de la globalización. En ese contexto el “Estado emprendedor”, tal como lo ha definido la economista italo-americana Mariana Mazzucato, no quedó reducido al simple arreglo de los posibles fallos del mercado, sino de motor para la innovación y el dinamismo (Internet, investigación básica en salud, industrias renovadas,…). Por otro lado, en la etapa de la
mundialización, hace 500 años, existía un centro claramente definido para el que se producía desde las periferias. En la actual economía global intervienen más actores que la etapa de la economía-mundo, y de manera destacada cabe considerar el desafío del “socialismo de mercado” formulado por la República Popular China al liderazgo estadounidense, todavía la principal potencia mundial aunque muestre síntomas de declive, de perder pie frente al crecimiento económico del gigante chino. 
 
¿En qué etapa podríamos entrar ahora y cómo caracterizarla? No me atrevo a responder a esta pregunta, pero intuyo que difícilmente encajaría con una “globalización desglobalizada”. Insisto, no se trata de dejar de ser interdependiente, sino de ser menos dependiente o de frenar las dependencias mientras se lleva a cabo la “reconstrucción”. Aunque para algunos se trataría de una simple “recuperación” de la economía y, por tanto, no cabría descartar que una vez atravesado el vendaval las apuestas sean volver de alguna manera al casilla de salida inicial. Una crisis más del capitalismo, que vive precisamente de sus propias crisis, sin presumiblemente singularidad alguna. La
cuestión relevante, sin embargo, es que hoy el problema no es sólo la economía, que lo es, sino que también nos remite a una notable fisura  la domesticación de la Naturaleza, un proceso que viene de lejos y
que hasta ayer y para algunos supuestamente estaba totalmente controlada por el ser humano.
 
Para ir concluyendo. Todo esto que os digo me hace pensar que no es imposible ver el asunto de las tendencias desglobalizadoras de las que
se hablan desde el punto de vista contrario ¿No es posible que más que desglobalizarse, lo que se esté produciendo sea una nueva forma y trayecto de la globalización? Sin duda, una etapa distinta e incierta, pero un nuevo del proceso globalizador que cabría analizar sin quitar importancia al sonido de la fría moneda sin alma, pero sin reducirlo a ello. Los órdenes y los hábitos son o pueden ser resistentes. La catástrofe, portadora de sufrimientos humanos, no tiene una sola cara.
El miedo paraliza pero espera, nunca mejor dicho, una forma de esperanza. La crisis económica está aquí, la crisis política está en curso. En medio del deslizamiento por el túnel, la pandemia puede configurarse como un portal -tal como escribía semanas atrás la novelista india Arundathi Roy en Financial Times, 3 de abril de 2020 a partir del que romper con el pasado e imaginar un futuro. Un portal de enlace entre un mundo y el siguiente. De ser esto así, se abrirían posibilidades de abandonar la servidumbre del camino por el que nos ha conducido el mito del “libre mercado”, que no es más que un eufemismo -como nos recordaba el desaparecido historiador Josep Fontana- para referirse al capitalismo. El motor utópico de ese “mercado libre” parece haberse congelado momentáneamente. La reparación no es imposible. Pero la sustitución de un mito requiere de otro mito. Estamos ante la imagen especular del “Camino de servidumbre” de Hayek: el mercado como nuevo totalitarismo que ha venido atravesando todas dimensiones de nuestras vidas y que nos ha conducido a la servidumbre de un único camino posible.


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