jueves, 16 de abril de 2020

La nueva morfología del Pacto de Reconstrucción




Las previsiones del FMI son demoledoras (1). La cosa puede estar peor que en la crisis del 29. Cierto, no es obligatorio creerlas pues al fin y al cabo tan venerable institución se ha equivocado en otras ocasiones. Pero un economista riguroso como Manel Pérez nos dice en La Vanguardia que «las cosas pueden ser más graves». De manera que la propuesta de un gran acuerdo –llámesele como cada pila bautismal crea conveniente--  para abordar las consecuencias de esta crisis es algo fundamentalmente necesario. Así, entre otros, lo han dejado claro los sindicatos españoles.

Ahora bien, es el caso que nadie está en condiciones de prever cuándo y cómo acabará este infierno. Ni en qué condiciones. Tan sólo es posible hacer previsiones econométricas sin saber con qué aproximación. Es más, los escenarios de la evolución de la pandemia pueden variar, según afirma la gente que entiende de esto. Entre ellos,  el profesor Fernando Simón objeto de las iras de esa lechigada de camorristas –napolitanos, genoveses y sus alrededores-- del Partido popular con la compañía de esos sedicentes maestros de virtud que son los tertulianos, los  escribidores subvencionados y otros traficantes verbales.

Estamos ante la indeterminación de lo que puede ocurrir. Por lo que el pacto debe tener una morfología en función de esa hipotética variabilidad de escenarios. Es decir, no puede ser un acuerdo estático, una foto fija. Es más, tendría que ser un itinerario de pactos (o, si se prefiere, un pacto sujeto a correcciones in itinere) en función de los escenarios que van surgiendo. En resumidas cuentas, un entramado de pactos, no necesariamente todos ellos con los mismos actores.  

Oído, cocina: mientras tanto, el gobierno debe gobernar, aplicando el programa de la coalición. ¿Obvio? Por si las moscas.  

La segunda observación es la que sigue: no tengo la menor duda de que el actor principal de este pacto ha de ser el gobierno. A él, por tanto, le es exigible que toda la coreografía inicial –esto es, su puesta en marcha--  sea de consenso. Muchas serán, lo estamos viendo, las excusas para zafarse o retrasar los acuerdos, de manera que el gobierno debe ser el primer interesado en eso que se llama guardar las formas. Que algunas veces es importante y en otras ocasiones son chucherías del espíritu. En todo caso, sabemos que, en no pocas ocasiones, la apelación a las formas es puro filibusterismo.

Tranquillo final.  El empresariado orgánico se ha limitado a ser un sujeto absentista en las grandes ocasiones de la reciente historia de este país. Tardaron en hablar contra la deriva independentista catalana y, cuando lo hicieron, les salió con voz impostada de vicetiple de revista de Colsada.  Ahora no deberían tener un comportamiento remolón a la hora  de educar a esos cachorrillos bronquistas de la calle Génova, la de Madrid. La CEOE no repetirá el error de 1977 a cuyo frente estaba un eternamente escéptico Carlos Ferrer Salat. 


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