Las
previsiones del FMI son demoledoras (1). La cosa puede estar peor que en la
crisis del 29. Cierto, no es obligatorio creerlas pues al fin y al cabo tan
venerable institución se ha equivocado en otras ocasiones. Pero un economista
riguroso como Manel Pérez nos dice en La
Vanguardia que «las cosas pueden ser más graves». De manera que la propuesta de
un gran acuerdo –llámesele como cada pila bautismal crea conveniente-- para abordar las consecuencias de esta crisis
es algo fundamentalmente necesario. Así, entre otros, lo han dejado claro los
sindicatos españoles.
Ahora
bien, es el caso que nadie está en condiciones de prever cuándo y cómo acabará
este infierno. Ni en qué condiciones. Tan sólo es posible hacer previsiones
econométricas sin saber con qué aproximación. Es más, los escenarios de la evolución
de la pandemia pueden variar, según afirma la gente que entiende de esto. Entre
ellos, el profesor Fernando Simón objeto de las iras de esa lechigada de
camorristas –napolitanos, genoveses y sus alrededores-- del Partido popular con la
compañía de esos sedicentes maestros de
virtud que son los tertulianos, los escribidores subvencionados y otros
traficantes verbales.
Estamos
ante la indeterminación de lo que puede ocurrir. Por lo que el pacto debe tener
una morfología en función de esa hipotética variabilidad de escenarios. Es
decir, no puede ser un acuerdo estático, una foto fija. Es más, tendría que ser
un itinerario de pactos (o, si se prefiere, un pacto sujeto a correcciones in itinere) en función de los escenarios
que van surgiendo. En resumidas cuentas, un entramado de pactos, no
necesariamente todos ellos con los mismos actores.
Oído, cocina: mientras tanto, el gobierno debe gobernar, aplicando el programa de la coalición. ¿Obvio? Por si las moscas.
Oído, cocina: mientras tanto, el gobierno debe gobernar, aplicando el programa de la coalición. ¿Obvio? Por si las moscas.
La
segunda observación es la que sigue: no tengo la menor duda de que el actor
principal de este pacto ha de ser el gobierno. A él, por tanto, le es exigible
que toda la coreografía inicial –esto es, su puesta en marcha-- sea de consenso. Muchas serán, lo estamos
viendo, las excusas para zafarse o retrasar los acuerdos, de manera que el
gobierno debe ser el primer interesado en eso que se llama guardar las formas.
Que algunas veces es importante y en otras ocasiones son chucherías del
espíritu. En todo caso, sabemos que, en no pocas ocasiones, la apelación a las
formas es puro filibusterismo.
Tranquillo final. El empresariado orgánico se ha limitado a ser
un sujeto absentista en las grandes ocasiones de la reciente historia de este
país. Tardaron en hablar contra la deriva independentista catalana y, cuando lo
hicieron, les salió con voz impostada de vicetiple de revista de Colsada. Ahora no deberían tener un comportamiento
remolón a la hora de educar a esos
cachorrillos bronquistas de la calle Génova, la de Madrid. La CEOE no repetirá el error
de 1977 a cuyo frente estaba un eternamente escéptico Carlos Ferrer Salat.
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