El
independentismo cátaro fue a Perpiñán «a lo suyo»: a exhibir musculatura a
favor del hombre de Waterloo,
torpedear la mesa de diálogo, amedrentar y condenar a Esquerra Republicana de Catalunya y,
oblicuamente, iniciar la campaña electoral para las autonómicas. Era, por
tanto, un acto intencionado de división del independentismo. En fondo y forma
el lema del acontecimiento sería: no hay más independentismo que el cátaro y Puigdemont su profeta. El
resto del archipiélago ha tomado nota: de un lado, el llamado Grupo de Poblet (Marta
Pascal, Carles Campuzano y otros), una de las ramas del «olmo viejo hendido por
el rayo» de vieja estirpe pujoliana, se apresura a fundar un nuevo partido; de
otro lado, se ha dado un conflicto aparentemente inocuo en la Corporación
Catalana de Medios Audiovisuales entre los representantes de Waterloo y los de
ERC. De hecho, no hay espacio público donde no se manifieste, con mayor o menor
diapasón, el litigio entre las dos grandes facciones del independentismo.
En
TV3 las picas están levantadas. ERC protesta porque en el espacio televisivo de
Pilar Rahola –de la mismísima Pilar Rahola—
lo que se dice «es más una Editorial que un espacio de opinión». O sea, la
otrora Musa de todo el independentismo se ha convertido en Vestal del Sumo
Pontífice Puigdemont. Lo que toca Waterloo se rompe como rota está la imagen de
esta Rahola, ayer de todos y hoy de la mitad de la mitad de los catalanes.
Rahola, azucarillos en un vaso de agua al lado de una copa de aguardiente.
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