Pineda de Marx no tiene quien la pasee. Por
cierto, en el Archivo municipal de esta
ciudad figura un legajo de cartas cruzadas entre un empresario textil con fama
de filántropo e ilustrado y el Barbudo de Tréveris. Por eso
yo le he añadido una x al mar de Pineda. Me malicio que el Moro siga de
parranda tras leer unas declaraciones de
Slavoj Žižek: el
coronavirus es un golpe mortal al capitalismo. Un marxista putativo pone en
entredicho al Padre Superior: el capitalismo cae de una manera que no tuvieron
en cuenta Berstein, Trostky,
Anselmo Lorenzo, Gramsci,
ni Jordi Ribó i Flos. Cae por la pandemia que ha
provocado ese bichuchico. Son las cosas de Zizek.
Suerte
que he leído algo más potente y apasionante: «Comisiones Obreras sería la más
genuina construcción social del pueblo español durante el franquismo. El primer
gran sujeto opuesto a la dictadura que no lleva el sello de la República y de
los tiempos anteriores. Comisiones Obreras es una realidad tan nueva como el
Seat 600». Lo escribe Enric Juliana en su reciente libro “Aquí no hem vingut a
estudiar” que aparecerá en castellano el próximo mes de septiembre. En pocas
ocasiones se habrá dicho nada más sobriamente certero. Y con tanta potencia
como esa vinculación entre los primeros andares de Comisiones Obreras y el Seat
600. El relato de CC.OO. tiene una ventaja: las mitificaciones de las fuentes
orales, cuando se dan voluntariamente o sin querer, están vigiladas por la
historiografía que severamente les llama la atención. Comisiones Obreras no
necesita de cantares de gesta: en París no estaba doña Alda / la esposa de don
Roldán. Sino Ángel Rozas, exiliado, cabeza pública de la Delegación exterior. Por eso me pone de los nervios que cuando
hablo de estas cosas algunos amigos de mi quinta les entra un ataque de alferecía.
Algo así como nosotros estamos a favor de nuestro mito y en contra de los que
cultivan, es un poner, los nacionalistas. Menos mal que tenemos
historiadores como Javier Tébar que no escribe
una línea sin haber contrastado la cosa por activa, pasiva y perifrástica. Rara
avis.
Ayer
hablaba con Javier Aristu acerca de Stefan Zweig. Recuerdo que con quince años compré su Fouché en la librería Padre Suárez, allá
en Granada. A mi padre también le entusiasmó su lectura. Y me contó un asunto
medio familiar. El padre de mi tío Rafael Ruiz
Caballero (este había militado, durante la República, en el partido de
Martínez Barrios) fue alcalde de Cónchar, un pueblo que está allá en Sierra
Nevada. Lo curioso del asunto es que ejerció el cargo antes del golpe de Primo de Rivera, con la Dictablanda, con la
República y durante los primeros años de Franco. Mi padre decidió llamarle el Fouché chico. Con el
tiempo, Stefan Zweig fue pasando a un injusto olvido, tal vez porque no era
bien visto por ninguno de los dos bloques en discordia. Recuerdo que en cierta
ocasión hablé bien de Zweig y un celoso militante de aquel PSUC, con fama de tolerante y liberal, me miró con
cara de ´pomes agres´.
Contra
todo pronóstico veo menos televisión que nunca. Me aburren con tanto dato y
tanta matraca informativa del coronavirus. Y especialmente me molesta el estilo
de esos creadores de agobio:
Farreras es el agitador por excelencia. Es la antítesis de la moderación
gestual. Estas cadenas televisivas están en su salsa. El estilo de los
programas estridentes se ha trasladado a las crónicas de esta pandemia. El
círculo podría ser este: de la violenta verborragia de los comentaristas de
fútbol se pasó al altavoz del sectarismo de la política, y –de ahí-- ha sacado lecciones para comentar estridentemente los
avatares de la crisis del coronavirus.
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