No
caeré en la temeridad de hablar de la proyección de la «mesa de diálogo», que
inició su andadura ayer por la tarde. Se dice –o sea, no está confirmada-- que en 1972 preguntado Chu En-Lai, primer ministro de la República Popular China, cuál era su
opinión sobre la revolución francesa, respondió que aún era pronto para saber
sus consecuencias. Así pues, no seremos nosotros quienes nos
precipitemos en hablar de la proyección de la cita de ayer con Pedro Sánchez y el laborioso Quim Torra como protagonistas. Calma, pues. No
obstante, podemos dar algunos brochazos.
Es
indudable que es un hecho novedoso lo que se ha calificado como «reencuentro».
Después de años de bronca, también de ninguneos, se ven las caras en Madrid dos
´delegaciones´ de ambos gobiernos: el de España y el de la Generalitat. Primera
consideración: Waterloo
no se ha salido con la suya. Tampoco sectores influyentes del independentismo
político ni la congragación que preside Elisenda Paluzie, la ANC. Que durante muchísimo tiempo
exhibieron como latiguillo mediático que «España no quiere negociar». Sin
embargo, cuando Pedro Sánchez, contra viento y marea, anunció su disposición al
diálogo, voces de espanto sonaron cerca de Waterloo. La táctica dilatoria de
los post post post convergentes (sector milenarista) fue la exigencia de unas
peticiones que, se sabía de antemano, tenían como objetivo torpedear la mesa. A
cada paso, «y dos huevos duros».
El
encuentro, además, obligará a los oradores del acto de Perpiñán a situarse en
otro registro retórico. Waterloo ha tenido que desplazarse a la partitura de Esquerra Republicana de Catalunya,
aunque lo intente disimular con un estúpido
e infantil comportamiento: en la ´delegación´ catalana figuraban
personajes que no eran miembros del gobierno, tal como se había pactado entre
el PSOE y ERC y –peor todavía-- la
invitación que Torra hizo a los dirigentes de la ANC y la CUP para que
estuvieran presentes en la cita. Un renacuajo poco indigesto para Pedro Sánchez
frente al sapo que hubo de tragarse el laborioso Quim Torra que acudió a Madrid
sin el mediador internacional, a quien no se le espera en todo el periplo de
negociaciones. Torra, genio y figura, que con una mano acude a Madrid a la mesa
y con la otra firma, ese mismo día, la ampliación del permiso para que la
romería corte durante tres horas el tráfico de la avenida de la Meridiana
barcelonesa. Es un guiño a la congregación: sí, vamos a Madrid, pero seguimos
siendo de los nuestros…
Ahora
bien, hay un motivo que explicaría por
qué Waterloo ha ido a Madrid. Y es paradójico: se trata de imagen electoral.
Por eso conviene detenernos un poco: los post post post convergentes están
fragmentados en diversas banderías. Su sector más realista –Campuzano, Xuclà y Marta Pascal, que ha abandonado
su escaño de senadora— están intentando crear un nuevo partido, que competiría
directamente con Waterloo. Un partido moderado que podría hacerle bastante la
puñeta a Waterloo. Carles
Puigdemont, por lo tanto, no quiere dejarles el monopolio de la
moderación y por ese frente perder plumas a manta.
Waterloo
va a Madrid. Y –según se constata, de momento--
se reunirá con el Gobierno de España mensualmente. Siempre en el marco
de la «seguridad jurídica», una fórmula vergonzante que tiene miedo a
pronunciar la bicha. Será
vergonzante, no lo dudo. Pero es lo suficientemente clara para decirle a
Waterloo que lo que quiere realmente no lo tendrá.
Se
entiende la irascibilidad de las derechas carpetovetónicas. Con ellas el
conflicto catalán fue aumentando; sin ellas hay la hipótesis de solución.
¿Cuándo? Sigamos la cachaza de Chu En Lai.
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