viernes, 4 de octubre de 2019

La palabra «traición» en Cataluña


Que un obrero vote a la derecha es lastimoso, pero esa forma de votar se ha repetido tantas veces que ya no sorprende a nadie. El viejo aforismo «obrero naturaliter socialista» fue siempre un ensueño. O más bien un mito más romántico que otra cosa. Pero que un dirigente independentista pudiera hacer toneladas de daño a su movimiento ya no es tan normal. No es que un servidor lamente el daño que se le pueda inferir al nacionalismo, máxime si lo produce un mandamás de su cofradía, el problema es que ese trastorno acaba desparramándose por el conjunto de la sociedad. Lo que nos lleva a que el atasco en que se encuentra el independentismo político es, también, consecuencia de la grotesquez intelectual de sus líderes políticos. (Vale la pena añadir que en eso hay una indistinción entre esos dirigentes y los de las derechas de secano. Sin ir más lejos, parece haber una competición entre Carles Puigdemont e Isabel Díaz Ayuso en ver quién pone más sórdida estridencia en sus manifestaciones públicas).

La incompetencia del hombre de Waterloo llega a extremos insólitos. A este emigrado político se le está poniendo una inquietante cara de exiliado barojiano, sector carlista. Entiendo que sería recomendable que aprovechara el tiempo leyendo la Antígona, de Sófocles, y pusiera atención a las palabras de Tiresias: «La obstinación, ciertamente, incurre en insensatez». Una incompetencia que le lleva a un recurrente enfrentamiento con sus, en teoría, amistades naturales, los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco, una organización que supo librarse de aquel atolondrado lehendakari que ya nadie recuerda. Incompetencia del pertinaz emigrado cuando, hablando del artículo 155, declaró que «en Euskadi nunca se aplicó esta medida con casi mil muertos de la banda terrorista Eta». El gobierno vasco ha reaccionado sin miramientos y, estando hasta el colodrillo de este personaje, le llama «impertinente». Una reacción todavía no demasiado áspera dadas las circunstancias. Un PNV que se desembarazó, como hemos dicho, de aquel Ibarretxe, pero que ahora ve que su espíritu se traslada a las covachuelas de la Generalitat.


En Euskadi fue posible la derrota del independentismo que encarnaba el sector radical del PNV. Sin embargo, no sabemos si el grupo dirigente del secesionismo carlistón de Cataluña será derrotado por sus sectores moderados. Desde luego, tengo para mí que, mientras la palabra «traición» tenga resonancias bíblicas, no será posible la salida gradual del pantano.



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