Barcelona:
18.000 personas en la manifestación que conmemora el 1 de Octubre de hace dos
años. Es el recuento de la Policía Municipal. El sector ratafía del
independentismo ha recurrido la cifra al VAR y ya se verá qué sanciona. En todo
caso es una acción de baja intensidad. Hay quien justifica esa flojera de remos
con el argumento de que se precisa modular los esfuerzos. Puede ser, pero tiene
la pinta de ser una excusa ingeniosa.
Pero
también hay –incluso desde las filas del secesionismo-- quien considera que esa mengua de la
movilización es fruto de la inquietud que han causado las recientes detenciones
y su relación con la química orgánica. Son sectores que no quieren verse
envueltos con aprendices del sabotaje. Por otra parte, también hay quien
entiende que la cosa, no solo no avanza sino que retrocede. Un retroceso que es
debido a que la utopía, que se ha vendido, es pura filfa. O, por mejor decir,
es una caco utopía.
Descenso,
de momento, de la movilización, que está acompañado por una retórica tan
petulante como altisonante. Es para partirse de risa: llamamientos a la
desobediencia civil e institucional pero –por si las moscas-- Torra descuelga el letrerillo de la balconada del Palau, tal
como le había exigido el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya. Y tres
cuartos de lo mismo: la aguerrida CUP quita la pancartilla del Ayuntamiento de Berga. La retórica
made in Waterloo se queda en bravuconadas.
Descenso
de la movilización, de momento. Y simultáneamente está la aparición de algo tan
chocante como las marchas de antorchas independentistas: una estética que
comparten con organizaciones y movimientos que, antaño y hogaño, se nos antojan
algo más que inquietantes.
Descenso
de la movilización, por ahora. Pero potencia verbal para disimular la parábola:
«Vamos a la República sin excusas». Sin excusas, ha dicho ese atolondrado
lugarteniente del hombre de Waterloo. ¿Las ha habido hasta ahora? ¿Quién las ha
puesto? Las reclamaciones deben dirigirse al maestro armero.
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