600.000
personas no es moco de pavo. Todo intento de menospreciar esa multitud sería
digno de diplomatura en estupidez. 600.000 personas reunidas tiene una enorme
importancia. El dato lo ha proporcionado la Guardia Municipal de Barcelona.
Pero
como digo una cosa digo la otra: es la manifestación menos nutrida desde 2012.
Y comoquiera que cada año se produce un descenso de participación es lícito que
formulemos que la militancia independentista es como una parábola descendente. Con
relación al año pasado la participación ha bajado en un cuarenta por ciento. Es
una caída drástica justamente cuando el sancta sanctorum independentista ha preparado un tsunami para que “España”
sepa lo que vale un peine. La cosa, afortunadamente, se ha quedado en marejada.
Este
11 de septiembre presenta algunas novedades dignas de ser estudiadas. 1) La
división entre las fuerzas políticas independentistas parece que se traslada a
las relaciones entre la Assemblea
Nacional Catalana y
Omnium Cultural. Cosa relevante porque ambas asociaciones han actuado
como macizo del secesionismo. 2) Las órdenes menores conventuales –CUP, Arran y
CDR-- se manifiestaron al margen del
sector mayoritario con la intención de ocupar el Parlament de Catalunya, que
impidieron eficazmente los Mossos d´Esquadra. 3) Estos grupos, que no
sobrepasan el medio millar, no sólo
lanzan ásperas críticas contra sus hermanos mayores sino contra los mismísimos
presos a los que acusan de «haber aceptado ser rehenes». Una acusación tan
irrespetuosa como calumniadora. Horas antes le propinaron una sonora pitada al mismísimo Torra en el Fossar de les Moreres. Es la degradación de un movimiento fracasado,
todavía no consciente de su derrota. Un movimiento, cuyas divisiones internas
recuerdan a las de los güelfos medievales de la Italia septentrional. Blancos contra negros que se vieron las caras en no pocas ocasiones con las armas
en la mano. En Campaldino, entre otras, donde no quedó títere con cabeza.
El
declive participativo en la Diada tiene
su explicación: en primer lugar, el fracaso del diagnóstico y de sus
soluciones; un fracaso que conduce a la división y proliferación de órdenes
monásticas, que rivalizan entre sí por la hegemonía en el interior del
independentismo; y, en segundo lugar, la poquedad de sus dirigentes, que en el
libro de contabilidad han visto que se pasa de 1.800.000 a un millón y, a
continuación, a seiscientos mil y siguen erre que erre. Líderes de chichinabo.
De
marejada en marejada hasta la calma chicha final.
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