Comillos retorcíos en La Rioja. Una niña bitonga impide con su voto la formación de un
gobierno de izquierdas en la Comunidad. La joven diputada ha tenido sus minutos
de dudosa gloria. ¿Va por libre? En todo caso sabemos que una parte importante
de Podemos—Rioja la ha desautorizado. Y también sabemos que Izquierda Unida ha
censurado la decisión de esta doña. En
todo caso malas lenguas, pero no desinformadas, indican que la joven diputada
riojana ha actuado como la obediente terminal del grupo dirigente de Podemos.
Ella, pasada la gloria mundana de su decisión, no será recordada. Será Pablo Iglesias el Joven quien apechugará con las
consecuencias. Iglesias, que corre el riesgo de llevar a su organización a un
descalabro y dejarla en la irrelevancia política. Más todavía, que puede tener
el dudoso honor de demediar con su inverecundia a toda la izquierda.
Recomendamos
a Iglesias que estudie el gesto político de Manuel
Valls y sus consecuencias en Barcelona. De un lado, su gesto se traduce
en impedir que el independentismo se haga con el bastón de mando del
ayuntamiento barcelonés; de otro lado, su decisión hace que Colau se haga con
la alcaldía. Ha sido uno de los gestos
políticos más audaces importantes de los
últimos años. Iglesias puede superarlo.
Iglesias
aceptar la última oferta de Pedro Sánchez: la incorporación de dos
personalidades de Podemos en el futuro
gobierno. (Una oferta que no figuraba en
la consulta interna de Podemos). Puede –y, sobre todo, debe-- aceptarla para impedir una nueva convocatoria
de elecciones. Los riesgos de dicha convocatoria (también para Podemos, que
lleva tiempo con su parábola descendente) deberían ser un toque de atención
para que Iglesias dé su brazo a torcer.
Me
dirán ustedes que cómo quedaría el honor personal de Pablo Iglesias aceptando
que no se le admite en el gobierno. El honor personal quedaría en todo lo alto
si dadas las circunstancias apoyara la investidura. Ese gesto de consecuencias
colectivas sería la honrosa actitud de Pablo Iglesias. Que además le sería más beneficioso que
pasarse la vida recitando el «¡Ay de mi Alhama!».
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