Antes
de que se me olvide, pregunto: ¿de quién está más cerca Rivera, de Vox o de
Valls? Meditemos, y al final hablamos.
Albert Rivera ha
roto con Manuel Valls.
El primero, un eterno principiante; el segundo, un veterano con el colmillo retorcío. Rivera, «un adolescente caprichoso», según su
mentor, Francesc de Carreras; Valls, que en su día –como Eugenia de Montijo-- «dejó las aguas del Darro por las del Sena». Bueno,
en su caso fueron las del Besós. La ruptura tendrá repercusiones, nacionales e
internacionales, para Ciudadanos, «la
derecha con desodorante», según ha dejado dicho Paco
Rodríguez de Lecea.
Manuel
Valls decidió por su cuenta y riesgo dar sin condiciones los votos que
precisara Colau para ser elegida alcaldesa
de Barcelona frente al segundo Maragall.
Rivera había dado órdenes taxativas: no había que votar a Colau. Con lo que la
decisión de Rivera llevaba al joven Maragall directamente a la alcaldía. La
impericia de Rivera es directamente proporcional a su atolondramiento.
Las
relaciones de Valls con Ciudadanos nunca fueron muy muy católicas que digamos.
Rivera anunció el fichaje de la estrella a bombo y platillo. Pero, fuera por la
torpeza de Rivera o por la versatilidad de Valls, la cosa acaba así: Valls
monta una coalición con una serie de tapas variadas de la política catalana que
es «autónoma» de Ciudadanos, pero que cuenta con su apoyo logístico y de
intendencia. Valls invita, pero la consumición la paga Rivera. Es obvio que
Rivera tragó, encandilado como estaba de que darían la campanada en el
ayuntamiento barcelonés.
La
situación acabó agriándose con motivo de
las relaciones de Ciudadanos con Vox, siempre negadas y siempre confirmadas por
los hechos. La verbena en la madrileña plaza de Colón terminó por aumentar la
tensión entre Rivera y Valls. Y finalmente lo sucedido en el ayuntamiento de
Barcelona.
La
ruptura de Ciudadanos con Valls es un acto de mayúscula torpeza política. Primero,
porque Rivera aparece todavía más escorado a la derecha; y, segundo, porque tensa
las relaciones de Ciudadanos con sus amistades –cada vez más frías-- europeas. Más todavía, Rivera se aleja de sus
propios europarlamentarios, que son los que directamente sufren el bochorno.
Estas son las consecuencias –o algunas de ellas-- de las decisiones de un grupo dirigente que
confunde hacer política con jugar a pizpirigañas n un jardín de infancia.
Conclusión
provisional: ¿de quién está más cerca Rivera, de Vox o de Valls? Se trata de
una pregunta retórica, claro está.
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