Ada Colau estuvo
desacertada al no acudir ayer al debate de los candidatos a la alcaldía de
Barcelona. Peor aún, tampoco argumentó su ausencia. Por lo que sus seguidores
–inscritos, simpatizantes y demás-- no
están en las mejores condiciones para argumentar qué razones tuvo Colau para
dicho plantón.
Las
elecciones municipales no son la pedrea del proceso electoral en marcha. Y
menos las de Barcelona. También tienen
una importancia política de gran envergadura. Por muchas razones: la dimensión
a todos los niveles de esta gran ciudad, por la propia situación política e
institucional de Cataluña; por las perspectivas que sus resultados deparen en
el cuadro político catalán y español. Y otras muchas razones que, por sabidas o
intuidas, me ahorro. Por ejemplo, qué aportará la candidatura Colau a las
llamadas confluencias que giran alrededor de Podemos. Así pues, el debate de
ayer era importante para los munícipes del Cap
i casal de Cataluña. Por supuesto, también por los temas que se iban a
discutir: la seguridad ciudadana, los servicios de protección social, las
infraestructuras… Con lo que no acudir a la cita fue una temeridad manifiesta.
Y, al mismo tiempo, daba pie a que los mentideros políticos sacaran la lengua a
pasear con razón o sin ella. A partir de ahora, los adversarios de Colau
sacarán la espingarda a relucir afeándole el gesto. Colau les ha dado pie
gratuitamente para ello.
Colau,
así pues, no ha sido atenta con la ciudadanía y ha dejado con el culo al aire a
su electorado. Es más, ha perdido la oportunidad de confrontar sus
realizaciones con las propuestas de sus contrincantes. Porque sus realizaciones
han sido eso, realizaciones. Mientras que las promesas son como la primavera de
Antonio Machado: «la primavera ha venido, nadie
sabe cómo ha sido». Ni cómo será.
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