La
confusión se ha hecho crónica en la política catalana. Es como si todos los
géneros teatrales se hubieran dado cita: el esperpento y el sainete, el del
absurdo y el de capa y espada, la ópera bufa y la dramática. Ese revuelto ha
acabado por conformar un drama, que ha
desfigurado la vida política que hemos conocido hasta hace un tiempo. Permítaseme
un paréntesis. Desorden institucional: años y años sin Presupuestos, durante este mandato, el gobierno de Torra
sigue sin nombrar ciento cincuenta altos cargos de departamentos como expresión
de la pugna entre los diversos partidos (el PDeCAT y
Esquerra republicana) que simulan gobernar. Eso sí, no se descuida la
cuestión crematística: los consejeros se han aliviado con un incremento
salarial no irrelevante. Torra ganará 150.000 euros al años. Casi el doble del
presidente del Gobierno español. Se cierra el paréntesis.
Esta
confusión crónica se explica por el fracaso sin paliativos del procés. Un fracaso que tiene también una
explicación en clave interna del independentismo: la lucha indisimulada, así en
los entresijos de los subterráneos como a la luz pública, por ver quien
definitivamente corta el bacalao y controla mayoritariamente el reparto de la
túnica sagrada del poder aldeano de la Generalitat. Lo nuevo ahora es que se ha
hecho explícito que el enfrentamiento de mayor calado en el independentismo ya
no es con Madrid, sino en su
interior. Alma de cántaro quien no lo vea.
Ahora
bien, la confusión es de tal calibre que no enfrenta solamente a las fuerzas
políticas, PDeCAT en sus diversas onomásticas post convergentes y Esquerra,
sino que también en el interior de ambas se mantiene una pugna con posturas
graníticas. Que ahora están aflorando precisamente por la confección de las
listas electorales.
Resumiendo:
los partidarios del quilombo, cueste lo que cueste, y los llamados pragmáticos.
Unos y otros, divididos --y enfrentados a
sang i fetge-- esgrimen sus metales
afilados en torno a qué posición tomar en Madrid:
o impedir que la derecha, una y trina, vuelva a gobernar o que el Sol salga por
Antequera. Naturalmente, estos últimos prefieren que vengan las siete plagas.
Es lo que alguien con mala educación llamaría joder la marrana. Pero, según
ellos, después de tanto sin sentido, llegaría el día, que Francesc Pujols (1882 –
1962) profetizó: «Llegará un día que los catalanes –por el mero hecho de serlo—
iremos por el mundo y lo tendremos todo pagado». En ese momento empezó el procés.
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