El
último tuitter del Partido
Popular, donde un niño chico pide a los Reyes Magos la muerte de Pedro Sánchez, indica hasta qué punto dicha
organización consolida elevados grados de irascibilidad, de proyección
tabernaria de su política. Ahora bien, a mi juicio no hay improvisación en la
emisión de este mensaje y otros similares. Es una consecuencia directa de que
el llamado efecto Casado es agua de
borrajas, de que la cosa no despega. Es más, en el fondo es la constatación de
un fracaso, al menos de momento, en toda regla.
No
sólo no hay remontada del PP, sino que un íntimo adversario, VOX, le está rebañando
votos, militancia y adhesiones. O sea, no hay recuperación del «PP, que ha
vuelto», sino fugas a granel. Por otra parte, algunas personalidades de dicho
partido –muy pocas, pero relevantes— muestran
su desacuerdo, unas de manera abierta, otras oblicuamente.
En
definitiva, este clima de exasperación paroxística de los esfínteres del grupo
dirigente casadista no es el resultado de una derecha «sin complejos», sino del
miedo al movimiento de una serie de placas tectónicas que tuvo su mayor
estridencia en las recientes elecciones de Andalucía. Porque el dato andaluz no
es el PP sino el batacazo se los socialistas. Cierto, todavía sigue siendo el
partido mayoritario de la derecha, pero ya no es el hegemónico. Ahora ya no
tiene la brújula. La brújula la tiene el Concilio de Trento.
Por
otra parte, tengo para mí que la operación Aznar –la unificación de las
derechas-- está conociendo una curiosa
paradoja: el debilitamiento del Partido Popular. Que pierde consensos en su ala
moderada y en el sector ultra. De momento, al hombre de las Azores le está
saliendo el tiro por la culata. Aunque hay alguien que piensa que eso mismo es
lo que buscaba.
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