Ayer no me tocó ni la pedrea. Así que, como consolación, acudí al blog del
profesor Gregorio Luri, el filósofo de Ocata. Leo:
«Heinrich Heine visitó con un amigo la sobrecogedora
catedral de Amiens. Mientras admiraban la imponente fachada, el amigo le
preguntó: "¿Por qué ya no construimos cosas como ésta?" Heine le
respondió: "Querido Alphonse, los hombres en aquellos días tenían
convicciones; nosotros, los modernos, tenemos opiniones, y se requiere algo más
que una opinión para construir una catedral gótica".»
Es una cita que habría suscrito Juan de Dios Calero, filósofo
de Parapanda. Y, posiblemente, habría añadido una apostilla. Los postmodernos pret-à-porter
siguieron el rumbo y de las opiniones pasaron a las ocurrencias con fecha de
caducidad. Y, como quiera que las ocurrencias exigen algunas neuronas, se ha
montado una industria de ocurrencias para toda ocasión. Ocurrencias
postmodernas. No importa que estén preñadas de anacolutos o de silogismos
cornudos, tampoco importa que las ocurrencias de ayer sean substituidas por un
mismo personaje en dirección contraria. Lo que vale es que quien las lance esté
en el famoso candelabro de Sofía Mazagatos, excelsa modelo de los años noventa. Que
no supo diferenciar el candelero con el candelabro. Pero, poca broma con la
Mazagatos. Porque ha influenciado poderosamente no pocas hectáreas de la política española. Las derechas, hoy, se llevan la palma. Nunca
sus dirigentes fueron tan zarrapastrosamente incultos.
Gramsci escribió
un ensayo sobre el origen de los intelectuales italianos. Y yo me pregunto:
¿cuál es el origen de la cultura de pedregal de las derechas patrias? ¿cuándo
empezó este secano?
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