miércoles, 7 de noviembre de 2018

El Tribunal Supremo huele a podrido


La Ley del Embudo: ancho para la Banca, estrecho para la ciudadanía. El planeta de las finanzas ha cooptado a la mayoría del Tribunal Supremo, precisamente en unos momentos en que la justicia española está en coplas europeas. El llamado Alto Tribunal está a las órdenes de Pluto.

Ha ganado, pues, la fracción Parné del Tribunal. Es la expresión de una alianza implícita entre poderosos: de un lado, los billetes, billetes verdes; de otro lado, ciertas togas y puñetas.

Hay quien afirma que, tras la sentencia, se ha abierto una brecha entre el Tribunal y la ciudadanía. No diré lo contrario. Pero es necesario ir más al fondo de la cuestión. El escándalo tiene tales proporciones que conviene rebañar, ir al fondo de la cuestión. El problema no está en que haya jueces conservadores. El quid de la cuestión estriba en que hay togados que piensan que la Justicia debe ser temida, no respetada. Cuando se imparte justicia, esta cumple su cometido. La justicia que es justa no concita temor. Solamente la que adrede es injusta provoca pánico. Sólo la que a cosa hecha  es injusta es temida. Esta es la idea fuerza de la fracción Parné del Tribunal. Este elemento no es nuevo, ciertamente, pero en esta ocasión ha mostrado su quintaesencia.

La Justicia española está a la altura del betún. También, y esencialmente, porque en la alta judicatura se ha instalado --de por vida--  un grupo de jueces campeadores que se han erigido en los salvadores de la patria. No les importa el Derecho –tampoco las desautorizaciones que vienen de Estrasburgo. Jueces campeadores que han decidido estar por encima de todos los mortales. Incluso al margen de las instituciones. Como dioses menores esperando que el escalafón de las togas les lleve a la categoría de Dioses mayores. Estas togas, como el parné, huelen a podrido.

El viejo Suetonio relata este sucedido: Tito recriminó a su padre, Vespasiano, que pusiera un impuesto sobre las letrinas. La respuesta fue fulminante: «el dinero no huele, chaval». Francamente, hay dineros que huelen, y en esta ocasión hay togas que huelen peor todavía. Es una consecuencia del contagio.

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