José María Aznar se
encuentra en una fase de enloquecimiento político progresivo. Lleva un tiempo
de forzada auto emulación. Se diría de retorno a las nieves de antaño cuando
exhibió, en sus años mozos, sus ataques furibundos a la Constitución y su
orgullo como «falangista independiente». Eran sus tiempos como inspector de
Hacienda junto a su amigo Blesa.
Miren estos siete artículos publicados en La Nueva Rioja donde tiene a gala declararse «falangista
revolucionario». Nunca se retractó de lo escrito. Ahora camina en busca del
tiempo perdido. Aznar, como diría Baroja, es ansí.
Este hombre se nos
auto propone como el nuevo «cirujano de hierro», capaz de evitar que España se
rompa. El cirujano de hierro fue un planteamiento recurrente en Miguel Primo de Rivera,
padre de José Antonio,
el fundador de la Falange, y considerada por don Enrique
Tierno Galván como claramente protofascista. Primo de Rivera retomó la idea original de Joaquín Costa y la desnaturalizó todo lo que pudo.
La nueva aznaridad es,
pues, el potente tóxico del momento. Su propósito es conformar un frente
nacional ultraderechista, no una derecha ilustrada. Se aprovecha de que la derecha ilustrada ha
dimitido de hacer política. Aznar o el granito escurialense: o yo o el caos.
Ahora bien, ¿cómo
explicar la reaparición de Aznar en el tablero político español? Esbozo la
siguiente hipótesis: se debe al fracaso del Partido Popular, en quien había puesto todas sus
complacencias, en el problema
fundamental: la «cuestión catalana». Un problema que le ha llevado a ser
irrelevante en Cataluña con unas expectativas más mediocres todavía, y, quizá,
a perder la condición de partido alfa de las derechas españolas.
En todo caso, su
indisimulada obsesión en ser el cirujano de hierro choca hoy, dicho
esquemáticamente, con ciertas interferencias: de un lado, choca con el mundo de
la globalización y, de otro lado, topa con los poderes autonómicos. Lo máximo
que puede aspirar la nueva aznaridad es a impedir que pueda gestarse una
derecha civilizada. Lo que, de hecho, no es poca cosa. No sería ya el cirujano
de hierro sino el veterinario de guardia de las derechas asilvestradas.
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