Las
derechas carpetovetónicas han sido siempre un potente artefacto para fabricar
independentistas. En ese estilo estajanovista ha destacado siempre el Partido Popular. Pablo Casado, el Aznar
Chico, sigue disciplinadamente sus pasos. En estos momentos, agobiado por la
competencia de Albert Rivera
y de ese pintoresco personaje que lidera Vox, amplia virilmente su diapasón. Lo ensancha
hasta el paroxismo de manera tan peligrosa como insensata. Lo alarga usando la
calumnia como ejercicio de la política por otros medios. Como el aria de La calunnia que Rossini
musicó tan eficazmente en su Barbero de Sevilla. (Anteayer se conmemoró el 150
aniversario de la muerte del músico de Pesaro).
Hemos
oído a Casado afirmar que «somos un narco Estado». Nadie le ha llamado a la
cordura. Ahora quiere desbordar a sus competidores, pero la experiencia indica
que las aguas le desbordarán a él. Véase el dato alemán: la derecha bávara fue
escorándose cada vez más a posiciones ultras que finalmente -ayer sin ir más
lejos- una parte considerable de su electorado decidió cobijarse en la extrema
derecha. Batacazo electoral de una formación política que ha perdido la mayoría
absoluta que detentaba en Baviera desde los tiempos de Carlomagno.
En
todo caso, lo realmente preocupante de la verborragia política de Casado es el
abono que representa, la creación de un humus en el subsuelo de la sociedad.
Casado –como anteayer Aznar y ayer Rajoy--
es el acicate que manufactura independentistas y, ahora, ultras a
granel. Es la táctica desesperada que pretende evitar que sus competidores le
soplen en el cogote, pero que finalmente podrá ser su requiescat in pace.
Todo
indica que el extremismo de Casado puede ampliarse. Y también la de sus
competidores. España ya no será, según ellos, un narco estado, sino un Estado
fallido. En fin, la intemerata. Por un puñado de votos se dice lo que sea. De
unos votos que, según los bávaros, pueden ir a otro chambao.
Esquerra Republicana de Catalunya y
el condominio convergente en el Parlamento español deben reflexionar con punto
de vista fundamentado. Ponerle la proa a los presupuestos generales del Estado
podría tener consecuencias temerarias. No sólo en España sino también en
Europa.
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