Hace un año Puigdemont parecía que se iba a comer el mundo. Hoy
está tendencialmente sólo, fané y descangayado. Los recientes acontecimientos
políticos de Cataluña deberían sugerirle una serie de meditaciones en el
confort del palacete de Waterloo. Porque en una semana el independentismo ha
entrado en una crisis que tal vez sea definitiva.
La ruptura de la mayoría independentista en el Parlament no
es cualquier cosa. No era una mayoría férrea, sino de hojalata. De ahí saco la
siguiente conclusión provisional: el independentismo está en una situación peor
que hace un año y con un horizonte menos esperanzador para sus intereses.
Soy del siguiente parecer: la cosa empezó a hacer aguas
cuando Puigdemunt tomó las de Villadiego y, sin despedirse de nadie, puso sus
reales en Bélgica. Ahí arranca la parábola descendente del independentismo. Ahí
empieza la gran crisis del independentismo. Y es a partir de ese momento cuando
surgen toda una serie de cuestiones que avalan lo que decimos.
A saber, la división entre la política y los movimientos que
le daban soporte. Poco a poco se va transformando la ola de las sonrisas en
muecas generalizadas. Surge el subsuelo
–esto es, el escuadrismo-- como comisario
político de los meandros del independentismo político de quien desconfía
profundamente. O sea, los cdr como elemento exigente de que se cumpla todo
aquello que irresponsablemente se le ha prometido al pueblo de Cataluña. Se trata de un subsuelo que combina las
acciones ilegales con las posibilidades legales o alegales.
Se dice que durante este periodo de un año el gobierno Torra
no ha gobernado, ni el Parlament ha tenido protagonismo alguno. Muy cierto.
Pero habría que añadir lo siguiente: el gobierno no ha gobernado por dos
razones: primera, porque no sabe y, por ello, se dedica a lo que entiende, esto
es, a las tareas de agitprop;
segunda, porque ha pospuesto las tareas de gobierno a la conquista de la
independencia. Recuerden las constantes
referencias: este problema se resolverá cuando tengamos la república. Cuyo
ejemplo más extremo lo protagonizó el encargado del negociado de Sanidad, el
conceller Comín: «las listas de espera se resolverán cuando seamos Estado».
Obscena demagogia.
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