1.--
El sermón de Quim Torra en
el Teatre Nacional de Catalunya indica, a primera vista, dos cosas: a) el
Enviado de Puigdemont
en la Tierra se mantiene en sus tozudos trece y b) la acción política no la
sitúa en la centralidad del Parlament sino al margen; no cuela que sus palabras
tuvieran un formato de conferencia.
Algunos observadores indican que el texto ha eliminado los aspectos más
ásperos, lo que sin duda podría ser debido a un intento de complacer a Esquerra Republicana de Catalunya.
En todo caso, la conferencia ni es equívoca ni propone salida alguna de diálogo
(de diálogo factible) con el gobierno de Sánchez. Las espadas siguen en todo lo
alto.
Diálogo.
Es una palabra que se está utilizando como coartada de baratillo, como retórica
enferma que ya, en este caso, ha perdido todo su sentido político. Dichas las
cosas sin perifollos podemos afirmar que Torra plantea el diálogo para salirse
de España; Pedro Sánchez, a su vez, como
elemento de ampliación del autogobierno catalán, dentro del marco
constitucional y estatutario. O ruptura de las cuadernas de la nave o reformas
estructurales. Tertium non datur. Así
podemos estar hasta que las ranas críen pelos. Paciencia, pues, recomendaba Jorge Semprún.
2.-- Ahora bien, «paciencia» no equivale a
inacción, ni a verlas venir. La paciencia se hace estando en movimiento, no
sentado en la puerta esperando que pase el cadáver del contrario. Paciencia,
pues, con un proyecto político desde dentro y fuera de Cataluña contra el
independentismo. Digamos las cosas por su nombre: el independentismo tiene
detrás una importante masa que está unida en torno a unos objetivos tan claros
como simplones; sin embargo, sus contrarios ni tienen un proyecto, ni están
unidos, salvo por ir a la contra. Mientras se mantenga esa anomalía tenemos
decibelios para mucho rato.
3.-- Un intento de proyecto ha sido esbozado por
Pedro Sánchez: un nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña. Las viejas y
nuevas derechas se oponen a machamartillo. Y siempre habrá los exquisitamente
cenizos que conjugarán el «llega demasiado tarde». Los primeros se oponen,
porque hay que darle leña al mono hasta que hable inglés, especialmente si no
están en el gobierno; los segundos se encogen de hombros porque no tienen la
funesta manía de pensar. Y, por supuesto, Torra y los suyos se oponen porque
esa idea no figura en las Tablas de la Ley, que Puigdemont ha entregado a Torra
en el monte Sinaí. Con lo que el independentismo intentará «llegar hasta el
final» --intentar no se traduce en conseguir—creando toda serie de cacofonías
políticas que pueda imaginar. Y, a su vez, la falta de un proyecto, con su
correspondiente trayecto, de los adversarios del independentismo acabará siendo
agua de borrajas. Ambas opciones conducen a la decadencia.
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