lunes, 9 de julio de 2018

Un catalán en la Moncloa





Solo nos queda «esperar y barajar” hasta que sepamos lo que ha sucedido en la entrevista entre Pedro Sánchez y Quim Torra. Los analistas de cachaza y parsimonia nos dicen que, en todo caso, ya es positivo que se vean las caras, aunque sea a cara de perro.  Los de hechuras impacientes nos recuerdan el viejo dicho: «Ir por es tontería». Los primeros disfrazarán la gallina de pavo real; los segundos dirán que sólo es un polluelo. Un servidor, pesimista al por menor en este caso, recurre a don Quijote en la Cueva de Montesinos: «esperar y barajar».

En todo caso este encuentro ha tenido formidables adversarios –más bien enemigos--  de aquí y allá el río Ebro. De allá: los que acusan a Sánchez de pagar una parte de la factura de la moción de censura al hombre de Pontevedra, hoy de Santa Pola.  Los de aquí: el sector ultra del independentismo que concibe el encuentro bien como una cesión a Madrit, bien como una traición a la causa.
El problema que tenemos es el siguiente: el independentismo político no ha hecho un análisis de la derrota del procés; el grupo dirigente del independentismo movimientista lo sospecha, pero sigue insistiendo en la continuidad del procés.  Una continuidad que se aguanta ahora sobre la base de gestos y declaraciones, dentro y fuera del Parlament, para darle cuartelillo al procés. De gestos inútiles que sólo sirven para mantener la llama sagrada. De oriflama profética.

Así las cosas, corregir el trayecto se hace materialmente casi imposible. El encuentro Sánchez – Torra se da en ese estado de confusión. En todo caso, vale la pena que caigamos en el siguiente detalle: esa aparente continuidad del procés tiene otra explicación. A saber, es una componente de la casquería electoral de las elecciones municipales que ya están a la vuelta de la esquina.

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