Solo
nos queda «esperar y barajar” hasta que sepamos lo que ha sucedido en la
entrevista entre Pedro Sánchez y Quim Torra. Los analistas
de cachaza y parsimonia nos dicen que, en todo caso, ya es positivo que se vean
las caras, aunque sea a cara de perro.
Los de hechuras impacientes nos recuerdan el viejo dicho: «Ir por ná es tontería». Los primeros
disfrazarán la gallina de pavo real; los segundos dirán que sólo es un
polluelo. Un servidor, pesimista al por menor en este caso, recurre a don Quijote en la Cueva de Montesinos: «esperar y
barajar».
En
todo caso este encuentro ha tenido formidables adversarios –más bien enemigos-- de aquí y allá el río Ebro. De allá: los que
acusan a Sánchez de pagar una parte de la factura de la moción de censura al
hombre de Pontevedra, hoy de Santa Pola.
Los de aquí: el sector ultra del independentismo que concibe el
encuentro bien como una cesión a Madrit,
bien como una traición a la causa.
El
problema que tenemos es el siguiente: el independentismo político no ha hecho
un análisis de la derrota del procés;
el grupo dirigente del independentismo movimientista lo sospecha, pero sigue
insistiendo en la continuidad del procés. Una continuidad que se aguanta ahora sobre la
base de gestos y declaraciones, dentro y fuera del Parlament, para darle
cuartelillo al procés. De gestos
inútiles que sólo sirven para mantener la llama sagrada. De oriflama profética.
Así
las cosas, corregir el trayecto se hace materialmente casi imposible. El
encuentro Sánchez – Torra se da en ese estado de confusión. En todo caso, vale
la pena que caigamos en el siguiente detalle: esa aparente continuidad del procés tiene otra explicación. A saber,
es una componente de la casquería electoral de las elecciones municipales que
ya están a la vuelta de la esquina.
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