La
caída de la inversión extranjera en Cataluña se acentúa en el primer trimestre
de 2018, dicen los datos del ministerio del ramo. Concretamente un 62,4 por
ciento con respecto al mismo periodo del año pasado. Sólo 345,7 millones de
euros. Son unos datos preocupantes se miren por dónde se miren. Sin embargo,
las autoridades catalanas que dicen atender ese negociado responden aquello de
«Sin novedad, señora Baronesa». La misma Cámara de Comercio, por su parte, despeja la pelota y,
templando gaitas (tal vez importadas), no da excesiva importancia a los datos,
porque –entiende académicamente-- que
hay que esperar a tener una serie más larga, por lo menos de tres años. Se entiende
el mensaje de la Cámara: no hay que caer en alarmismos. No se entiende, sin
embargo, la excusa de las autoridades, ese aquí no pasa nada.
Las
autoridades políticas catalanas intentan esconder los efectos negativos del procés.
Y más en concreto la despreocupación por la marcha de la economía
catalana. «Mi reino no es de este mundo», según dijo Juan, el Evangelista,
despreocupadamente.
Los
datos son, posiblemente, la consecuencia, primero, del impacto de la marcha de
miles de razones sociales de empresas hacia otras latitudes, y, segundo, de la
intedeterminación institucional en la que se encuentra Cataluña. El actual
espacio-tiempo catalán no es percibido por los inversores como el más idóneo
para intervenir. Por ello, templar gaitas es el camino más corto para continuar
con la curva descendente de la economía catalana. Y sus evidentes repercusiones
en el empleo.
Digamos
las cosas con claridad: esa situación es la consecuencia de la profunda
desubicación de la política catalana en el escenario global. El hombre de
Berlín y sus hologramas pensaban desestabilizar a España, pero no cayeron en la
cuenta de que lo global les pasaría
factura. El triángulo escaleno carlismo – neoliberalismo de espardeña - fundamentalismo nos lleva a la decadencia. Cada uno por separado y juntos entre sí.
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