Escribe
El Dómine Cobra
Gobierno
Frankenstein auguraron algunos. Ahora, los mismos se refugian en el prudente
tópico de «hay que esperar a ver qué dan de sí». Fueron los mismos que no
previeron el desenlace de la moción de censura. Tampoco previeron que
Frankenstein no estaba en los cálculos de Pedro Sánchez.
Las derechas de la caspa y la brillantina erraron estrepitosamente. Tampoco
pareció estar muy fino el hombre de Berlín que siempre, a golpe de tuiter,
habló de la España irreformable, decimonónica, casi en la entrada del Tercer
Mundo. Aunque yo me malicio de que esta afirmación sólo es una consigna para
ser retuiteada, propalada por los tertulianos en la inefable TV3 y pregonada en las sacristías de Cataluña.
El
hombre de Berlín y sus franquicias no quieren quitarse las legañas de los ojos.
Uno de los mensajes que difunden es que a España le huelen los pies, los
sobacos y la entrepierna. Y, a partir de ahí, han construido otra leyenda: ellos son la modernidad frente a la
España de Max Estrella con aquel Madrid oliendo a orines. El belicoso general
Cabrera y su legitimismo es la modernidad. El nacionalcatolicismo,
preferentemente encapsulado en el Opus Dei, es la modernidad. El matonismo del
somatén es la modernidad. Es solamente agitación y propaganda.
La
modernidad es Michelle Bachelet que dijo
en su momento: "Cuando una mujer entra en la política cambia la mujer,
pero cuando muchas mujeres entran en la política, cambia la política". Este
es el signo de los tiempos. Me dicen que por ello brindaron ayer Roser, Jaume Puig, Carmen Ortega
y José Luis López Bulla en Parapanda. Esta sí es
la modernidad. La modernidad del movimiento de las mujeres, que tuvo su punto
de inflexión y de aviso el pasado 8 de Marzo. Sobre todo de aviso. En todo caso
podemos establecer esta hipótesis: el inútil monopolio masculino de la política
se ha quebrado y está en su fase terminal. Las mujeres han roto el espinazo de
ese monopolio. No, este gobierno no es de Frankenstein sino de Hipatia.
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