Albert Rivera lleva
unos días callado. Por lo que se ve tiene motivos para ello. Y en general
estamos observando que Ciudadanos no está tan en forma como presumía. Los
recientes acontecimientos les han pillado con la mente en blanco. Albert Rivera
está triste como la princesa de Rubén Darío; ¿qué
tendrá Albert Rivera?
Nuestro
hombre, colmado de agasajos demoscópicos, pensó que los números no eran
favorables a los socialistas. Por lo que
confundió la aritmética con la política. Y no supo ver que la moción de censura
de Pedro Sánchez tenía una carga de profundidad
más densa que su rutinario enfrentamiento contra Rajoy. Primera
conclusión provisional: a Rivera le falta un hervor. Por eso su discurso en la
sesión parlamentaria se fue apagando hasta quedar silente. Segunda conclusión,
también provisional: no conviene caer en los brazos de doña Correlación de
Fuerzas, porque a la primera de cambio te deja tirado en la cuneta.
Fracaso
sin paliativos de Rivera. Su insistencia en el gobierno Frankenstein ha quedado
en agua de borrajas y desmentida por los hechos. Ha salido un gobierno Hipatia. O sea, el resultado de lo que Rivera no entendió --y menospreció-- el famoso 8 de Marzo. Y las machaconas gachas de Rivera de que
Sánchez empezaba hipotecado por los pactos con los independentistas y
populistas han sido puestas en evidencia. A este caballero le pierde su
cataluñitis, una patología –política y antropológica— que exhibe los días pares
y los nones. La cataluñitis da dividendos, ciertamente, pero sólo con ella no
se va a ninguna parte. La cataluñitis es sólo y solamente gasolina.
Rivera
debe aprender de la ágil versatilidad de El País, que «en horas
veinticuatro pasó de las musas al teatro». Su editorial podría ayudarle a
adquirir cuajo (1).
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