Estamos viviendo un tiempo de
emergencia de las movilizaciones sociales. Hasta los analistas menos inclinados
a hablar de estas cosas no han tenido más remedio que prestar atención. La
efervescencia ocupa las calles hasta tal punto que, en buena medida, ha
sorprendido a la clase política instalada. Los próximos días las calles y
plazas se llenarán de gente. No sólo las grandes capitales de provincia,
también no pocas ciudades y pueblos quieren exhibir su músculo y su
imaginación. El pleito catalán ya no es el único mal sueño del hombre de
Pontevedra, que está atónito ante ese pleamar de masas.
Ahora bien, para que este tiempo
de movilizaciones pueda ser fecundo y se deriven utilidades concretas para la
gente de carne y huesos es rigurosamente imprescindible que se generen dos
condiciones. Dos condiciones que me ha enseñado la vida durante más de
cincuenta años: 1) la unidad social de masas, y 2) la unidad de los grupos
dirigentes que están al frente de estas movilizaciones. Concretamente: el
día 8 de Marzo y la inteligente presión de los pensionistas.
Todo indica que el día 8 de Marzo será una esplendida jornada. Se
celebrará en más de cuarenta países; en España podemos afirmar que
razonablemente será espectacular. Sus adversarios han perdido la batalla. Ahora
falta que esa acción se haga carne en los centros de trabajo y en las calles.
Es destacable el anuncio de toda una serie de comités de empresa en la gran
industria secundando el paro de dos horas. Tengo encima de la mesa la
resolución de los representantes sindicales de Alstom
y otras empresas.
Simultáneamente los pensionistas
siguen tomando la voz, la palabra razonada y la calle. Son una parte muy
importante de aquella juventud veinteañera que ganó la democracia en la
fábrica, en el andamio, en la mina, en la oficina y en la besana. Con aquellas
luchas de nuevo estilo.
La vida me ha enseñado también
que, cuando se fragmentan los movimientos, se produce una concentración de
poder en sus adversarios. Que, si se rompen una de las dos condiciones –unidad
social de masas y unidad de los grupos dirigentes-- la derrota está cantada, y, tras ella, la
división y el sálvese quien pueda. La vida me ha enseñado que la unidad se hace
y que la división se justifica torticeramente. Es cierto, la unidad no es de por
sí una panacea milagrosa: es simplemente una hipótesis razonada, la razón
pragmática de la acción colectiva. Mientras que la división es una certeza de
derrota.
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