domingo, 4 de marzo de 2018

Vuelven las movilizaciones. Lo que me ha enseñado la vida.





Estamos viviendo un tiempo de emergencia de las movilizaciones sociales. Hasta los analistas menos inclinados a hablar de estas cosas no han tenido más remedio que prestar atención. La efervescencia ocupa las calles hasta tal punto que, en buena medida, ha sorprendido a la clase política instalada. Los próximos días las calles y plazas se llenarán de gente. No sólo las grandes capitales de provincia, también no pocas ciudades y pueblos quieren exhibir su músculo y su imaginación. El pleito catalán ya no es el único mal sueño del hombre de Pontevedra, que está atónito ante ese pleamar de masas.

Ahora bien, para que este tiempo de movilizaciones pueda ser fecundo y se deriven utilidades concretas para la gente de carne y huesos es rigurosamente imprescindible que se generen dos condiciones. Dos condiciones que me ha enseñado la vida durante más de cincuenta años: 1) la unidad social de masas, y 2) la unidad de los grupos dirigentes que están al frente de estas movilizaciones. Concretamente: el día 8 de Marzo y la inteligente presión de los pensionistas.

Todo indica que el día 8 de Marzo será una esplendida jornada. Se celebrará en más de cuarenta países; en España podemos afirmar que razonablemente será espectacular. Sus adversarios han perdido la batalla. Ahora falta que esa acción se haga carne en los centros de trabajo y en las calles. Es destacable el anuncio de toda una serie de comités de empresa en la gran industria secundando el paro de dos horas. Tengo encima de la mesa la resolución de los representantes sindicales de Alstom y otras empresas.

Simultáneamente los pensionistas siguen tomando la voz, la palabra razonada y la calle. Son una parte muy importante de aquella juventud veinteañera que ganó la democracia en la fábrica, en el andamio, en la mina, en la oficina y en la besana. Con aquellas luchas de nuevo estilo.

La vida me ha enseñado también que, cuando se fragmentan los movimientos, se produce una concentración de poder en sus adversarios. Que, si se rompen una de las dos condiciones –unidad social de masas y unidad de los grupos dirigentes--  la derrota está cantada, y, tras ella, la división y el sálvese quien pueda. La vida me ha enseñado que la unidad se hace y que la división se justifica torticeramente. Es cierto, la unidad no es de por sí una panacea milagrosa: es simplemente una hipótesis razonada, la razón pragmática de la acción colectiva. Mientras que la división es una certeza de derrota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.