La obsesión por ser cabeza de
ratón y no cola de león conduce al chiringuitismo, o sea, la proliferación de
chiringuitos. Proliferan los chiringuitos tanto en los terrenos políticos como
en los sociales. Si quieres tener una cierta relevancia –o apariencias de
ello-- te montas un chiringuito y ya
sientes que estás en el escenario. Es lo que ha ocurrido recientemente en
Cataluña con el nuevo chiringuito independentista.
En un principio fue Convergència de Jordi Pujol, que no fue
nunca un chiringuito sino un gran castillo medieval. A ella, tras el pujolazo,
le siguió el PDeCAT,
liderada por los jóvenes capitanes del viejo partido. Era la esperanza del gen
convergente. Pero tuvo que disfrazarse de noviembre para no infundir sospechas
y, parlamentariamente, se vistió, al lado de Esquerra con las galas de Junts pel Sí. Nuevas
elecciones y este Junts se transmuta
en Junts per Cat, la
hechura de Carles Puigdemont. De oca a oca y tiro porque
me toca. Se trata de un instrumento que
lleva una lucha sorda con el PDeCAT por el control y dirección del gen
convergente. Y es entonces …
… cuando desde el llamado
«espacio libre del exilio», el hombre de Bruselas se trasmuta también en el
hombre de Waterloo y crea –esta vez sí--
un chiringuito a su imagen y semejanza. A saber, Junts per la República. Es decir, un
grupo de incondicionales con la fe del carbonero, dispuestos a un indefinido lo que sea.
Ahora bien, este chiringuito de
Waterloo intenta tener sentido. A saber: Puigdemont fue derrotado en las
recientes elecciones autonómicas catalanas por Ciudadanos. Que fuera la organización más votada
por el electorado independentista no cuestiona lo anterior. No obstante, Junts
per Cat tiene ese estigma: fue vencido por un partido unionista. La sigla es,
pues, gafe. La sigla siempre estaría
señalada. Por lo tanto, en las covachuelas de la casona de Waterloo tenían que
estrujarse el magín. En dos direcciones: tapar las huellas de la derrota
electoral y, tras el fracaso del procés, iniciar un nuevo itinerario para
seguir dándole vidilla al asunto. Es la creación de Junts per la República. De
momento un chiringuito, pero que aspira a tener con un recorrido propio y,
desde luego, arañar el monopolio de «republicanismo» que hasta la presente ha
ostentado el partido de Oriol
Junqueras. La ampliación de la grieta
con Esquerra republicana de Catalunya está cantada.
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