En tiempos no tan antiguos se
recurría a san Honorato cuando alguien perdía una cosa y necesitaba
encontrarla. Se hacía un lazo con alguna tela y se recitaba: "San Honorato, san
Honorato / hasta que no lo encuentre / los cojones te ato". Pero hay otras versiones que defienden que la
invocación era a san Donato, y para mayor abundamiento no faltan quienes
defienden que el destinatario de la jaculatoria era san Cucufato. Cosas del
fervor popular que, como se ve, es plural. En todo caso, la sabiduría refranera
no ha aclarado todavía la relación existente entre perder una cosa y la
mediación de los testículos de estos santos varones para encontrarla. Hemos
escarbado en la teología antropológica para aproximarnos a su conocimiento y
tampoco hemos tenido respuesta. Es más, incluso ha aparecido alguna referencia
a un ideolecto de uso común en tierras de regadío: ¡por mis santos cojones!,
del que tampoco se explica su origen ni el por qué de su ubicación en el
(simbólico) santoral.
En todo caso, hemos de aclarar
que, según informaciones fidedignas, la cosa perdida debía ser un objeto físico
y por más señas casero. Así pues, el poder de cualquiera de estos tres santos
no es ilimitado. Por ejemplo, ninguno de los tres respondería a la llamada de
alguien que, es un suponer, pediría encontrar la fe en tal o cual político.
Separación de poderes, se diría.
Tampoco estaría en el arsenal de
los remedios de estos santos varones que Marta Sánchez encontrara la inspiración perdida como excelsa
letrista. Honorato, Donato y Cucufato están para otros menesteres más
decisivos: encontrar el teléfono móvil, las llaves del buzón de correos o los
alicates que sabe Dios dónde están. Con lo que Marta Sánchez, si no pone de su
parte, está condenada a la fabricación estajanovista de ripios al por mayor. De
ripios aproximadamente subvencionados.
En todo caso, queda
sobreentendido que quien no tuvo la cosa no puede dirigirse a ninguno de los
tres santicos para recuperarla. Sería algo fuera de la lógica. Los tres son
milagreros pero se acogen a ciertos convencionalismos de la lógica formal.
Nadie puede pedir encontrar lo que nunca tuvo. Por ejemplo, el oremus. Lo que
vale tanto para el hombre de Pontevedra como para el de Bruselas.
Pero si queremos recuperar la
sonrisa perdida tampoco es cosa de molestar a los tres santos padres. Basta con
mirar las viñetas de don Antonio Fraguas,
llamado artísticamente Forges, que ha muerto con los pinceles puestos. Unos pinceles de denuncia, siempre en pie de paz
durante cincuenta años. Que ha muerto cuando los jubilados y pensionistas
españoles, masivamente, han tomado la voz, la palabra y la calle.
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