Ya veremos cómo arranca la
legislatura catalana. De momento las cosas no pintan nada bien. La mayoría
parlamentaria independentista tiene fuertes contrastes en su interior; la
oposición tiene muy poco que pelar. En todo caso, empiece como empiece –si es que
arranca, todo hay que decirlo-- no augura la placidez necesaria para levantar
Cataluña.
Los problemas de la
gobernabilidad están fundamentalmente en el independentismo: de un lado, la
pugna entre los herederos de Convergència
y Esquerra Republicana de Catalunya;
de otro lado, el guirigay en el interior de los nuevos convergentes.
Centrémonos, en primer lugar, en esto último.
Puigdemont,
al igual que el Papa Luna, se mantiene en sus trece. Ha convertido su castillo
de Peñíscola en un hotel de Bruselas. Desde allí lanza urbe et orbe sus
encíclicas con la intención de que sean de obligada reverencia. De ese modo
está provocando tensión pastoral con los de Junqueras y, especialmente, con los del, por
ahora, su propio partido, el PDeCAT.
Ambos conflictos no son irrelevantes. Es más, ya no están submergidos, son
públicos. Además, esta litigiosidad se suma a la «gran rectificación» de
exponentes principalísimos del independentismo –por cierto, dirigentes de ambos
partidos— que está sumiendo en el desconcierto a una buena parte de la
feligresía militante del procés.
Zafarrancho en re mayor entre
los hombres de Puigdemont y el grupo dirigente del PDeCAT. El hombre de
Bruselas va por libre. Ha construido un discurso que choca abruptamente con el
partido. Más todavía, ha convertido su colegio cardenalicio en una especie de Encomienda
de ultramar. Con lo que el pacto se va resquebrajando. Paco o apaño. El PDeCAT
convino en que Puigdemont haría la lista electoral a su imagen y semejanza; a
cambio los dineros del resarcimiento electoral los gestionaría el partido. Fue,
en principio, un equilibrio de debilidades porque las primeras encuestas
negaban el pan y la sal al PDeCAT. Puigdemont le dio la vuelta a la tortilla y
se convirtió en el Papa Luna.
El hombre de Bruselas sigue en
su fortaleza. El PDeCAT teme ser fagocitado por Puigdemont. Pero, no se olvide,
en el grupo parlamentario también hay diputados de obediencia estricta de
partido que, silentes ahora, en un momento dado tendrán que decir esta boca es
mía.
Ya veremos qué pasa en la sesión
de investidura, si es que se produce. En todo caso, el cuadro parece ser éste:
un conflicto a dos bandas y la amenaza del Estado. Alguien tendrá que deponer
las armas. O el Papa Luna o los otros. La inestabilidad, sin embargo, está
asegurada. Ni (formal) la mayoría parlamentaria, convertida en retales, ni la
oposición, que es un conjunto de tapas variadas, algunas de ellas asaz
indigestas. Y si la inestabilidad se consolida parece claro que sus
consecuencias serán más funestas. Se enquistarán los viejos problemas y
surgirán otros nuevos.
De momento suenan los versos
famosos de La Divina Comedia: «Ay, sierva Italia, hostería cruel / nave sin timonel en tempestad / no dueña de más
tierras, sino burdel». Ay, sierva Cataluña…
Quien se
felicite de esta situación es un irresponsable.
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