En mi casa santaferina leíamos
mucho. El maestro confitero Ferino Isla
tenía en los altares los libros de Blasco Ibáñez, a quien llamaba
respetuosamente don Vicente; su mujer, la tita Pilar,
bebía los vientos por los libros de Rafael Pérez y Pérez, pura novela
rosa. Un servidor tenía los libros de la
colección Pulga con las biografías resumidas de Beethoven, Verdi y otras cosas
de Julio Verne. Cuando el maestro confitero entendió que aquello se me estaba
quedando pequeño me regaló –me dijo guiñando un ojo que era «de parte de los
Reyes Magos»-- un libro de Stefan Zweig: Momentos
estelares de la humanidad. Todavía
lo tengo en la memoria. Relatos de la historia universal aptos para todos los públicos.
Durante estas Navidades he
revisitado algunos libros que hablan de Nicolás
Maquiavelo, el famoso secretario florentino.
Y caigo en la cuenta de que toda su vida es una serie de momentos estelares de la humanidad. Sus
libros –El Príncipe y los Discursos de Tito Livio-- son piezas maestras.
Escribe Maquiavelo:
«… Llegada la noche vuelvo a
casa y entro en mi escritorio; en el umbral me quito la ropa de cada día, llena
de barro y de lodo y me pongo paños reales y curiales. Vestido decentemente entro
en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde -- recibidos por ellos
amistosamente-- me nutro con aquel
alimento que solum es mío y por el
cual nací… » (Carta a Francesco Vettori, 10 de didiembre de 1513).
Momento estelar de la humanidad.
Maquiavelo está escribiendo El Príncipe en su destierro en Sant´ Andrea in
Percussina. Desde que leí esa carta, hace ya muchos años, cada vez que entro en
mi biblioteca me entra un no sé qué de respeto y, a veces me digo para mis
adentros: qué grande es el secretario florentino.
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