miércoles, 31 de enero de 2018

Estoy hasta los cojones de todos nosotros



«Estoy hasta los cojones de todos nosotros», dijo en su día don Estanislao Figueras, que fuera el primer presidente de la primera República española. Una frase contundente, antológica, de lo que significa estar hasta el colodrillo por la intransigencia de los compañeros de partido. Posiblemente es lo que estará pensando Oriol Junqueras en la soledad de la cárcel. Ahora bien, estar atiborrado de sapos consumidos es cosa harto sabida por Esquerra Republicana de Catalunya. De ahí que el hartazgo  con el hombre de Bruselas ha dejado de estar soterrado y ha emergido a la superficie.

Con prudencia sobrevenida el presidente del Parlament, Roger Torrent (ERC), desconvoca el Pleno, previsto para ayer a las 15 horas, porque no es cosa de acumular agravios al Tribunal Constitucional. La reacción de los de Puigdemont es levantisca; se soliviantan y, en algunos casos, cruzan palabras gruesas con algunos diputados de Esquerra. El grupo parlamentario del hombre de Bruselas está empeñado en investirle como sea y a no importa qué coste. Por si las moscas habían convocado, a través de sus franquicias, «al pueblo» en el Parc de la Ciutadella. Todo un elemento de presión de quien no se fía de la mitad de la cuadrilla.

El ´desaire´ sufrido por Puigdemont pone en evidencia, de manera pública, que el músculo independentista ha sufrido un revés. Que tiene dos incidencias: la tirantez de las relaciones entre ambos partidos que ya no se disimula y la agria relación entre Puigdemont y el presidente del Parlament. La cosa ha llegado a límites impensables hasta hace unos días: todo un Joan Tardá linchado en las redes sociales con la misma furia que siempre estuvo reservada a los enemigos del pueblo de Cataluña. Aquí no se salva ni Dios.

Hoy el independentismo político, tras esas vicisitudes, está más débil. No será un servidor quien lo lamente. Pero esa debilidad, fruto de la desagregación, plantea un problema: la capacidad de interlocución se ha debilitado. La capacidad de negociación de los sujetos independentistas ha menguado. Pero, de la misma manera, eso complica también la hipotética capacidad de interlocución de la parte contraria. Sea como fuere con esos bueyes aramos.  

Dispénsenme una curiosidad: si el presidente del Parlament no puede comunicarse con Puigdemont, ¿cómo es posible que se siga manteniendo la estrafalaria tesis de que se puede gobernar desde Bruselas?


Cambio abrupto de tercio. Mientras se producen estas novedades y chicoleos el sindicalismo confederal debe ir a lo suyo. Lo más inmediato ahora es la preparación pormenorizada de las huelgas del día 8 de Marzo, Día internacional de la Mujer trabajadora. De la mujer trabajadora, no de la mujer a secas.  


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