Mosén, hace tiempo que me
pregunto si usted está en sus cabales. Se pasa usted la vida incordiando a todo
bicho viviente, reinterpretando al Aquinate según le sale de los pliegues de la
sotana, intentando amargar la vida a
propios y extraños. En fin, llenando de oscuridad las luminosas tierras de
Levante. Mosén, ahora ha predicado usted que el independentismo no puede ir al
Cielo. Exactamente ha dicho: «los independentistas no son buenos
católicos». Pero prudentemente calla a
dónde iremos los que no somos independentistas. ¿Tacticismo, Mosén?
Me pregunto, caballero, si
entonces Oriol Junqueras –católico y
sentimental, dejemos lo de feo-- irá al
Paraíso o sus huesos penarán por los siglos de los siglos en las calderas de
Pedro Botero. Debe aclararlo, Mosén. Además, tiene que dar razones por las que
el pueblo santo del independentismo –joaquinitas, fraticelli y demás órdenes
menores-- tiene vedada su entrada en el
Cielo. Urge saberlo, Mosén.
Ni siquiera M punto Rajoy se ha
atrevido a tanto. Tampoco el artículo 155 de la profana Constitución Española
ha osado meterse en tan pantanoso berenjenal. Por suerte, los independentistas
tienen al (también ultramontano de laya) Obispo de Solsona que les defiende de
usted, Mosén, aunque bien mirado ambos son tal para cual. Con el chocante, pero
eficaz argumento paulino de que el reino del independentismo no es de este
mundo. Sí, de aquel Pablo de Tarso, auténtico secretario de Propaganda del
Galileo.
Mosén, a usted se le ha visto el
plumero y los pliegues de la sotana. Su teologúmeno –los independentistas no
irán al Cielo— intenta que las cosas de
la política sean regidas por su teología. Y así como antiguamente se decía que
la filosofía era la criada de la teología, ahora pretende usted que la política
sea la chica de los recados de la teología: política ancilla theologiae est. Esta
fue la clave de bóveda de la homilía del cardenal Ratzinger “Pro eligendo
Pontiifice”, o sea, de su campaña electoral.
A usted, Mosén, le importa un
pito el independentismo, lo que quiere es la sumisión de toda la política a lo
que le salga a usted de su colodrillo.
Lo que no se entiende es que el
compulsivo hombre-twiter no haya salido al paso desde Bruselas. ¿Despiste o
abulia?
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