Comparecencia televisiva de Puigdemont. Cuidada y
sobria escenografía. Al fondo, una puerta abierta que, tal vez, indica un guiño
o, quizá, es un descuido de un portero indolente. Las líneas del discurso son:
autojustificación de lo hecho, crítica contundente a las fuerzas policiales,
rapapolvo al Jefe del Estado y silencio ante lo más esperado, no menciona la
declaración unilateral de independencia. Esto último, sin género de dudas, es
lo más llamativo e importante.
Puigdemont –entiende un
servidor, que no se cae de un guindo--
ha rebajado la tensión. Seguimos ciertamente al borde del precipicio,
pero no ha dado un paso adelante. En todo caso, señalo que horas antes había
declarado ante un importante rotativo alemán que la proclamación unilateral de
la independencia seguía su curso. “Horas antes”, he dicho. Pero en estos
momentos ese tiempo es muy largo. Las horas son muy largas o se hacen muy
largas.
Sea como fuere, Puigdemont no ha
tensado la cuerda. Lo que implica hacer algunas cábalas: que en su partido las
cosas no están tan claras o bien que han aparecido fuertes presiones para
encontrar una salida negociada al conflicto, o tal vez porque la economía
empieza a enviar algunas señales preocupantes. O por todo junto.
Formalmente Puigdemont se ha
movido. Por un lado, sabe que la Unión Europea no le va a echar un capote
públicamente; por el otro, debe tener algunas informaciones de la presión
oficiosa de algunos mandatarios europeos que buscan una salida pactada al
problema. El hombre de Pontevedra debe tomar nota de lo que ha dicho
Puigdemont. De lo que ha silenciado –aunque sea momentáneamente-- el hombre de Girona. Y de los movimientos de
las fuerzas políticas que están interesadas en iniciar un curso que apacigüe y
relaje la tensión. Es más, si tuviera olfato este caballero caería en la cuenta
que una parte de su propuesta –esto es, la mediación internacional-- se ha producido: indirectamente el
Vaticano está detrás. Que los mitrados de Barcelona y Madrid se hayan lanzado a
la mediación es cosa del Papa Francisco. Ingenuidad, no padre. Cuando uno está
en puertas de los ochenta años no acostumbra a caerse de un guindo.
Seguimos en el precipicio.
Conténganse los ánimos suicidas. Podemos estrellarnos y quedar con los sesos
hechos fosfatina.
Tomo precauciones: escribo este
post a las 10,44. Mientras tanto, me encomiendo a la sugerencia de Lucho Gatica que cantó aquello de Reloj, no marques las horas.
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