domingo, 3 de septiembre de 2017

Pitos a Piqué o el ardor de los estúpidos

«Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra o a un grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio».  Esta es una celebrada frase de Carlo M. Cipolla. En ese sentido, los pitos a Piqué –al menos los del partido de fútbol de ayer entre las selecciones española e italiana--  fueron una solemne estupidez. En efecto, pueden ampararse en el socorrido manto de la libertad de expresión que, a su vez, puede ser en ciertas ocasiones igualmente estúpida. En ciertas ocasiones, he dicho.

Gerard Piqué, un excelente futbolista, es por lo general, un tío echao p´ alante. No es el único que hay en esa cofradía tan pendenciera como la del fútbol. Con una diferencia en su caso: concita el odio de diversas cavernas y la agria animadversión de las diversas sectas de la única religión verdadera, el fútbol, según dijo en su momento el malogrado Manuel Vázquez Montalbán. Y se pita a Piqué porque hay un determinado interés en mantener el enfrentamiento entre la España de Lagartijo y la España de Frascuelo, tal como dejó dicho don Antonio Machado.

El fútbol, como las religiones canónicas, no se cree, se siente. Posiblemente ese sentimiento se ha convertido en excluyente desde hace tiempo. Un sentimiento que tiene una doble característica, a saber: la exaltación del ídolo (más bien un Dios) y la denigración de su oponente. 

A decir verdad, no me interesa Piqué. Pero sí me importan las patologías sociales, especialmente las de carácter estúpido. Vamos a ver, amigo futbolero y ardiente partidario de la Roja, ¿no te parece chocante abuchear a uno que está defendiendo la camiseta? ¿Por qué provocas la desestabilización emocional de un equipo con tus pitos que, en ese caso, son libertad de expresión estúpida, en el sentido que Cipolla le da a esa expresión? No obstante, sabemos que, estúpida o no, la libertad de expresión está por encima de muchas cosas. Especialmente cuando están en juego las cosas sagradas.

Permítaseme un desahogo personal. Cuando el mundial de fútbol de Méjico un servidor se encontraba en la cárcel de Soria. La madre de la comuna era un viejo comunista, el camarada Rufino, con cerca de veinte años de prisión. Estábamos viendo el partido entre Italia y la URSS. Cuando un italiano le daba un empujón a un soviético nuestro Rufino exigía enérgicamente la expulsión del agresor; en cambio si un soviético hacía algo peor, Rufino exclamaba maravillado: «¡Qué virilidad!». Ninguno de nosotros le llevó la contraria a Rufino. La Unión Soviética, al menos en el fútbol, era sagrada. De esta anécdota pueden dar fe Angel Abad, maestro de sindicalistas, José Manuel Fariñas, ahora catedrático de Economía de la Universidad de Oviedo y el resto de la cuadrilla.
 


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