En el complicado y ya bronco conflicto
(institucional, político y civil) en torno a la cosa catalana se han puesto en
evidencia, como mínimo, dos elementos de gran envergadura. De un lado, la
incapacidad del Gobierno Rajoy de leer el problema catalán; y, de otro lado, el
simplismo de Puigdemont pensando que el Estado –cualquier Estado-- era poco menos que una hermanita de la Caridad. O, lo que es lo
mismo, incapacidad e ingenuidad, juntas y revueltas en la misma coctelera.
Habrá que convenir, pues, que los consejeros áulicos de uno y otro no se han
ganado sus altos emolumentos. Rajoy y los suyos nunca imaginaron que la cosa
alcanzara tan alto voltaje. Puigdemont creyó que su planteamiento era pan
comido.
Lo peor del asunto es que
se mantiene el viejo dicho de mantenella y no enmendalla. En resumidas cuentas,
nunca eso de «hacer política» estuvo tan deteriorado.
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