Está renaciendo el
nacional-catolicismo. Lo hace visiblemente en algunas de sus formas más
antañonas de la España cañí. Su instrumento es una alianza entre sectores de la
política más derechista (especialmente del Opus Dei) y determinados altos jerarcas de la
Iglesia. Esta visibilidad se manifiesta en una coreografía militar y ciertos
aparatos del Estado. Se extienden los nombramientos de Vírgenes como capitanes
generales y, por no faltar, se designan jefes de policía honorarios a las
vírgenes que todavía no han conseguido ascender en el escalafón de la milicia.
Todo ello amplió su diapasón bajo el ministerio del beato Fernández Díaz, el urdidor
de la llamada policía patriótica.
La última expresión de esta fase
es la circular que el Ministerio de Defensa ha enviado a sus subordinados:
banderas a media hasta por la muerte de Jesucristo. Honores militares al
Nazareno. Nacional-catolicismo del más rancio alcanfor. ¿Religiosidad? De eso,
nada. Sostengo que es puro paganismo. Es más, cortesía de esas autoridades para
que, por ejemplo, en Semana santa, el turismo de masas (interior y exterior)
pueda gozar de una serie de atracciones variopintas. La Semana santa, así las
cosas, parece refundada por la patronal de la Hostelería, siguiendo los pasos
de El Corte Inglés que reinventó la Navidad. Semana santa, pues, en manos del
Becerro de Oro. Conjunción de intereses entre el nacional-catolicismo y el
mundo del parné.
Pero hay algo más importante que
todo ello. Esta operación se da en el contexto de la prédica del Papa Francisco, a quien hay que debilitar y derrotar en
la correlación de fuerzas. Suponemos que Francisco lo sabe. Pero no sabemos
hasta qué punto sus seguidores están al tanto.
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