“Els
850 anys de l’Hospital de Martorell són possibles gràcies a aquesta gran
estructura d’estat que és la nostra societat civil” (1). Tamaño disparate no es necesario traducirlo
al castellano en ninguna de sus versiones geográficas. Ni siquiera hace falta
ser becario de Metiendo bulla para saber que una cosa es la «sociedad civil»
y otra el «Estado».
La primera consideración es la ignorancia
caballuna del president de la Generalitat, que es periodista de carrera. La
segunda es que la mitografía independentista es capaz de identificar «el
Estado» con una talabartería que le sea afín. Estos son los tiempos y la lírica
que tenemos en algunos recovecos de Cataluña.
Ahora bien, siendo preocupante lo anterior –la
ignorancia y su hija putativa, la mitografía--
más lo son las consecuencias que se desprenden de lo uno y lo otro. A
saber, el Estado ya no son sus necesarias estructuras convencionales que
llamamos técnicamente los aparatos del Estado. En la versión de Puigdemont y
sus masoveros la sociedad civil es también Estado y, por tanto, aparato del
Estado. Alerto: no se trata simplemente de un chocante Libro de Estilo, es una
concepción que remacha el clavo de una visión totalizante. Todo es Estado.
Hasta un puesto de pipas. Por lo tanto,
el Estado debe ocuparlo todo.
En resumidas cuentas, algo más que una empanada
rellena de ignorancia. El filósofo Leo Strauss (en la
foto) solía contar que su abuela le decía con frecuencia: «Te sorprenderás si
supieras con qué poca sabiduría está dirigido el mundo». Puigdemont se esfuerza
en demostrarlo. A destajo.
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