No fue pureza política sino
estupidez, toneladas de estupidez. No pocos eruditos a la violeta, pijos de
chanel número 5 o charlatanes de barrio propiciaron con su abstención la
llegada de Trump a la
presidencia de los Estados Unidos. Fue a cosica hecha. Primó más la energía de
los esfínteres que el relativo trabajo de pensar (con la cabeza) las
consecuencias de esa abstención. Votar a la Clinton
–parecían decir-- era perder la
virginidad política. Perder lo que nunca tuvieron. En primera conclusión: que
no se quejen ahora; y, si lo hacen, que sea de ellos mismos.
Puede pasar lo mismo en Francia.
Le Pen podría ganar
la segunda vuelta. Las cosas no están claras, según afirman analistas políticos
de la mayor solvencia. Puede ganar, porque una pureza virginal recorre una
parte del electorado de izquierdas. La pureza virginal de la estupidez. De la
pose ´estética´. Del toreo de salón de esos gauchistes
de garrafón.
Nos dicen que Macron es de la derecha
neoliberal. No descubren el mediterráneo. Lo sabemos. Pero ese no es el
problema. La cuestión es la consecuencia histórica de que gane las elecciones
Le Pen y sus mesnaderos. No necesitamos, pues, las excusas para abstenerse. La
bandera que se agita en el fondo es: conforme peor, mejor. Cuyas consecuencias
–ayer y hoy-- son harto conocidas. Segunda
conclusión: quienes de manera esforzada plantean la abstención nos están
diciendo que «su Reino no es de este mundo».
En radical oposición a estos
estetas de la nada, Varoufakis ha hablado alto y
claro: «Hay que votar a Macron». Y lo argumenta: "Somos conscientes de los peligros que representa el
programa de Macron para los equilibrios sociales, y estamos en profundo desacuerdo
con su proyecto para Europa y la zona euro, que solo prolongará y agravará la
situación desastrosa de la Unión Europea. Sin embargo, sus políticas podrían
ser combatidas democráticamente en el marco de las instituciones europeas y de
las luchas colectivas".
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