Dos trenes han partido de sus
respectivas estaciones en dirección opuesta y en la misma vía. Los maquinistas
no sólo no ponen el freno sino que, al grito de «más madera» pisan el
acelerador. De momento no sabemos la distancia entre ambos trenos, pero ahora
mismo la velocidad de las locomotoras ha aumentado. Lo peor del caso es que no
hay guardagujas en las vías. Un maquinista habla de legitimidad; el otro habla
de legalidad. Ninguno de los dos habla de política. La altanería y cabezonería
compartidas nos han llevado a esta situación, que puede convertirse en choque.
Los pasajeros serán principalmente las víctimas. Ese es el resultado de una
legitimidad abstracta y retórica frente a la legalidad que se desprende del viejo
«fiat iustitia et pereat mundus», es decir: hágase justicia y explote el mundo.
Ahora bien, todavía los trenes
no han chocado. Y si reparamos un poco en la historia sabemos que, en momentos
más convulsos, la política ha encontrado soluciones y se ha evitado el
encontronazo. Séame permitido el ejemplo: Kennedy y Kruschef encontraron una
solución a la crisis de los misiles. ¿Exagerado? Tal vez, pero real.
Porque, de no encontrarse una
solución (al menos parcial) la cosa no pinta bien. Y si lo que se quiere
realmente es que el Sol salga por Antequera, dígase que la política es la
técnica de la catástrofe. Téngase en cuenta que, en esta ocasión, el choque no
afectará sólo al tren más débil. Los dos serían pasto de la chatarrería. Hay
que recordárselo a los dos, porque tal vez no lo sepan.
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