domingo, 19 de febrero de 2017

Barcelona es mucho Barcelona. Por ejemplo, ayer

Barcelona sigue siendo mucho Barcelona. Ayer volvió a dar la talla. A las cuatro, a las cuatro en punto de la tarde no cabía un alfiler en el lugar indicado y sus alrededores.  Una marcha inacabable. Centenares de miles de personas camino de la mar mediterránea. Con una fuerte exigencia moral. Con una denuncia política de altos decibelios. Barcelona, archivo de solidaridad y casa de acogida.

La exigencia moral: que se rompan todos los obstáculos que impiden que los refugiados sean acogidos y puedan vivir con dignidad. La denuncia política a los países de la Unión Europea que lo impiden de facto. Por supuesto, también al gobierno de Mariano Rajoy. Eso fue ayer, nuevamente, Barcelona. La Barcelona de Salvador Seguí, Noi del Sucre y Joan Peiró; de Gregorio López Raimundo y Joan Reventós; de Franscesc Casares y Cipriano García; de Mossèn Vidal y  Manuel Vázquez Montalbán. Y de muchísimos más.


La manifestación barcelonesa sugiere unas reflexiones obligadas. De un lado, es la derrota estrepitosa de los intentos –unos sutiles, otros directos--  de convertir la solidaridad en un delito. Es decir, cuando los comportamientos de la aceptación del inmigrante son considerados como ilegítimos y, llegado el caso, previendo sanciones. De otro lado, la masiva reacción barcelonesa sugiere que la solidaridad sigue siendo un valor profundamente enraizado. Ciertamente, tampoco es irrelevante el volumen de sus adversarios y la crispación de quienes la combaten. Así están las cosas, pero de momento ahí está Barcelona y sus buenas gentes. De las que quieren abrirse al mundo y, sobre todo, a la problemática de los más desfavorecidos. No escondemos las dificultades, pero ahí hay mantillo para robustecer la solidaridad y mimbres para llevarla a cabo.


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