Como todos los años mi familia y
un servidor íbamos a Granada a ver la cabalgata de los Reyes Magos. Nuestra
amiga Carmela Moles
vivía en un primer piso enfrente de la Plaza del Carmen. Una maravilla para un
niño de seis años. Yo abría los ojos de par en par. Y en un momento dado me fijé
en Melchor. Aivá. Resulta que era Espejo. Espejo era un mozo que se ganaba la
vida sacando agua de los pozos de Santa Fe para la limpieza y mantenimiento de
las tabernas. También iba vendiendo aguardiente para que los que trabajaban en
las alamedas tuvieran algo que echarse al coleto. Todo un personaje famoso. Para
los niños era nuestro héroe. Mucho más que Garicúper, ¿dónde va a parar? Cuando
Santa Fe estaba todo nevado, Espejo se paseaba por la calle en mangas de
camisa. Y muy servicial. Yo le obligaba a llevarme a cucurumbillo* en
bicicleta. Toda una temeridad que enfurecía a mis mayores.
Pues sí. Era Espejo quien con
unos vestidos reales y con su corona regia y todo iba tirando caramelos a
diestro y siniestro. Algo chocante: iba sin barba, algo que quita dignidad a la
realeza de los magos. Entonces, irreflexivamente, grité con todas mis fuerzas:
«¡Espejo, Espejo, que estamos aquí»!. Y Gaspar
me tiró unos caramelos de aquellos que llamábamos de martillo. Cuando la tita Pilar –mi madre adoptiva--
me dijo «no sé qué hacer contigo» tuve la certeza de que Gaspar era
Espejo.
En conclusión: la pérdida de la
inocencia tiene algunas explicaciones que no son gratuitas. Que lo sepan los
que practican el adoctrinamiento.
* A cucurumbillo es un granadinismo equivalente a llevar en hombros. Como a los toreros en famosas ocasiones.
* A cucurumbillo es un granadinismo equivalente a llevar en hombros. Como a los toreros en famosas ocasiones.
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